lunes, 28 de septiembre de 2015

Claro que no hay que fiarse de los poetas, pero...

Vuelvo a desenpolvar mis dedos pendencieros,
manchados con el calor de arrebatos,
que por escasos parecen más furiosos.
Ya no recuerdo el invierno en mi laberinto.
Sentado en el final miro cómo da el salto
la victoriosa que supo hacerlo, que pudo
teñir sus muslos blancos insípidos
de un rojo que apunta hacia mi pecho. 
Para qué tanta pupila si se reduce todo
a un brillo oscuro que a la vez es tan blanco.
Una contradicción, por fin, que me deja quieto. 

He aprendido a construir mis raíles
con mis metales, basta de mentiras
y desaciertos. He hecho saltar los fusibles.
Quiero oír como me asalta la música.
Sentir la plenitud de paisajes a mis pies,
en mis oídos quiero guadañas de sociedad. 
A media sonrisa quiero ver cómo me seduce
la luna que tanto tardó en parar en mi librería.
Si ella supiera la alquimia que me traigo entre
manos, manuales de supervivencia
dispuestos a quemarse a lo bonzo
si con ello sobrevive esta isla,
que se va llenando de trapos bandoleros,
con mil trotes detrás. Historias 
mancilladas por mi boca, cañón 
que nunca queda seco, naturaleza
que intentan domar pero, lo siento, siempre abre paso.

Ábreme camino en la mitad de mi espalda
y párteme en dos, libérame de mi carga.
Sácame la debilidad y haz con ella pintura.
Gírame la mirada, Trágame el alma.

Bajo la lluvia en la trinchera recuerdo
noches de tejidos de algodón volando
por los aires, aquél calor inaudito.
Sonrío, porque apuntando firme a lo lejos
sé que cuando disparo lo hago por dos. 
Un número que ahora en mí deja de serlo,
para convertirse en largo párrafo
donde quepa todo por lo que búho y soldado
estén dispuestos a luchar, ideas hechas verbo.

La lucha ha dejado de ser casual 
porque me hace soltar lágrimas.
Una amalgama de emociones
buscando papel para su denuncia.
Siento la fuerza de la memoria
guiando mis pasos, miles de almas
que siguen vivas en mis palabras,
un arma que jamás morirá,
un honor que estoy dispuesto a llevar.
Estamos dejando de ser máquinas,
empezamos a ser las hormigas
que buscan incansables la palanca
adecuada que derribe el sistema.

Pero, la noche nunca estuvo tan
abierta para ti, Luna.
La fiera nunca tan sedienta,
la naturaleza tan a punto de explotar.
Esta poesía nunca estuvo tan cargada
de futuro, Luna, maquíllate con ella
y sal a la calle, que todos sepan 
que existe un poeta que te desnuda,
te besa, te folla y después te viste con poemas. 

Sergio Rodríguez.

domingo, 9 de agosto de 2015

Esta ciudad me contiene.

¿Cuál es la fuerza misteriosa que ciega los pies?
¿Qué sustancia habilidosa nos para la mente
y hace que no echemos a correr a la cima de un monte
para ver los diez minutos que dura un atardecer?

Miro al Sol de tal manera que parezca nuestro,
pero, ¿De quién?, no quieren que exista un nosotros,
porque la unidad llena los espacios que abre la inacción
para una conducta, que no la única, del ser humano.
Las antípodas de la solidaridad, el egoísmo. 
No acepto el mal de los muchos, huele a quemado
la filosofía rastrera que llena a cerebros alienados,
que da excusas a vagas preguntas olvidadas con vino. 

Tengo claro que todo héroe tiene contradicción,
pero también que hay heroicidad en lo subjetivo.
Reina la confusión entre la locura y el desenfreno vacío.
Un loco siempre tiene algo que decir, un borracho
solo metros de asfalto para desperdiciar pensamientos.

La sociedad tiene una base de falsedad, complicidad
y mentira, predomina el hermetismo en las masas
como ley, la mediocridad es impune e impera.
Por eso lo diferente se mueve entre las sombras
de ciudades y pueblos, en canciones de madrugada.
Lo diferente siempre es humilde, y busca una mirada
por fuerza de atracción y potencial de casualidad.
Intenta pasar desapercibido para no caer en la llama
del protagonismo, que toda esencia difumina. 
Afortunadas las ninfas que encuentran su agua.
Afortunados los poetas que se cruzan con su alma.
Hoy escribo por los humanos que dedican su vida,
que por efímera es bella, a buscar su humanidad. 
Resistir tuvo muchos nombres, el mío es poesía. 

Sergio Rodríguez Aranda. 

domingo, 19 de julio de 2015

A lo mejor perdido.

El trote de la hueste ya está sonando,
yelmo a yelmo gritando:
¡La noche nos encontrará sudando
si no perecemos, si no descuidamos!

Busco lo finito de aquellas noches,
mientras caen de envidia los dioses.
Lo que han visto estos ojos, arcángeles
sin alas, demonios llenos de reproches,
es capaz de dar de comer a los trovadores.
Mi única condición es el morder
carne prieta, bañarme en sangre rebelde,
espasmos de visiones vacilantes.
No tengo la culpa del fin de los atardeceres.
Sigo pagando consecuencias de errores,
pero no soy de quedarme en los cascotes.
Decidí apostar por la gloria de los valientes
y pude ser protagonista de los ruiseñores.

Ahora estoy desnudo a la intemperie,
jugando a las cartas con la suerte,
que en cualquier esquina o cruce
puede aparece la palabra: perdiste.

Me preguntan, con insidia, si este tatuaje
de libertad tiene algo de verdad o embuste.
Yo digo que qué más da la clave que se toque
si existe pasión durante todo el convite

No podrán clavar lanzas en esta libreta indomable.

Sergio Rodríguez. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Para qué la realidad, a veces.

Ya vuelvo a ser preso de esta percusión.
Quedaron atrás las mañanas sin resplandor,
pero lo que hoy se alza frente al espejo
ya no es cincuenta, ni cien, sino mil veces yo.
Me hallo entre muros oliendo el viento,
buscando calor, pero sigo inmerso
en mis boreales flujos de pensamiento.
Qué haría yo si no me quemo buscando,
si no ardo con las botas puestas alterando,
conciencias llenas de sistema moribundo.

Mi historia no es más que un relato
de una forja de un rebelde, contra todo.
Acariciando lo único, me siento y escucho
mi requiebro individual incendiario.
Buscaron dónde se encuentra mi rebaño
y encontraron al pastor de rodillas, pidiendo
perdón, humillado, reconociendo
que no había destino, que todo era un sin sentido.

Tengo la nostalgia del Otoño metida
en el centro de una cuadrícula negra.
Un espigón sensible que sufre arcada
con lo superfluo de esta sociedad.
Por eso me afano en resistir las olas
que quieran meter sal en mi pureza ideológica.
Combino rachas de aislamiento y lucha,
de hambre y pan, de comunismo y democracia.
Combino ideas para generar riqueza
y así poder adoptar por algunas horas
luz de luna, placer argenta, veneno de plata.
También busco la realización extrema.
Un poeta siempre está mirando al más allá.

Busco, que nada me para, busco y busco
y  la plusvalía que le saco al tiempo
la reinvierto en las yemas de mis dedos
de las que saldrán millones de sueños,
ideales concienzudos, cambios de ritmo.
No puedo dejar de disfrutar si me hundo
de lleno, lleno de ser, en lo metafísico.

Sergio Rodríguez.




jueves, 11 de junio de 2015

Ideas,ideas y más ideas.

Idealizo un buen retiro para un poeta.
Mi tesoro no está marcado con una cruz negra
en un mapa raído de manos resbaladizas.
Está marcado con un ojo de pantera
pintado con el carmín más ácido,
es decir, quema, y lo quemado es fruto
del choque brusco entre dos cuerpos,
uno a la velocidad del rayo y otro quieto.
Por eso la Luna vino corriendo
y me pilló en medio de mis aspavientos,
sentado, y me quemó todo el pecho.
Pues se tiró encima, como una loca,
buscando emocionada una puerta,
y en acto reflejo expulsé mis mejores versos.
A fuerza de quemar con los años,
o solo en un segundo, qué más da,
estoy lleno de ascuas y solo con soplar
ardo, como fuego de dragón, idealizado.
Me metió un tiro de sed directo en la cabeza
y aún sigo buscando agua pura
de ese triángulo de las Bermudas,
donde mi brújula no se queda rota
sino que señala al sur, porque qué mejor
sitio para jugar a las gatas
y los poetas que mi bella,
calurosa y artista Córdoba.

Mi naturaleza alfarera se desborda
con su barros, y me como sus costuras.
A veces quiero que mi vida se tiña
de su color argenta, y me pregunto con gracia:
¿Quién no quiere tener a la Luna en su cama?
Me respondo: ¿Quién tiene el alma
tan cargada de versos, experiencias,
inquietudes, ideas, sueños, sustancias,
recuerdos, conversaciones, llamaradas
de placer, para llenar ese hueco que deja
en el mundo su sonrisa, cuidada por estrellas?
No puedo evitar sonreír como un travieso,
Me deslizo, horadado, entre las princesas,
solo una diosa es capaz de disfrutar mi laberinto.
Pues cada calle contiene infinitud de filtros
y solo un cuerpo ígneo y una mente clara
puede domar y acariciar a mis bestias.
Estoy en medio de un gran salto
decidido a beberme su lago de plata.

Sergio Rodríguez.

lunes, 8 de junio de 2015

Marcas.

Sigo en esta soledad montando tablas.
Hace ya tiempo que no suenan alarmas.
Incesante, decanto los colores de las lunas
esperando con desdén a que salgan gotas negras.
De mi futuro... no puedo contar muchos tic-tac,
sí puedo contar las grietas de mis agallas
cuando veo pasar un andar rompecabezas.
Busco desesperado el cofre donde guardé la calma,
pero quizá no sepa vivir sin color de llamas.

Aquí se halla un soldado de la noche,
escribiendo firme a la luz de farolas.
Lucho por el respeto entre dos o miles.
No dudo que puedo cambiar en una palmada.
A pesar de sufrir asedio aún hay frente,
hago murallas poéticas porque físicas quedan pocas.
Nadie sabe cuánto maltrato a este enjambre
de neuronas, intentando que mi vida sea plastilina
por si mis mejores astas se rompen.
Mi naturaleza es loba y aúlla antes que partirse.
Sigo con las manos bien mojadas
pues no paro de moldear todos los días
formas y formas del sujeto a quien
ceder mis tres cuartas partes inquietas
de esta textura viva entre telas inertes.

Mis engranajes no se detienen con miradas,
tienen objetivos propios, alimentados con recitales
clandestinos de bondades y favores, pidiendo justicia
en todo ámbito, sigo buscando la pureza ideológica.

Todo es cuestión de seguir según parece,
pero es que no soy animal de dos pies iguales.
Detrás de toda apariencia irrefutable siempre
hay cachorros pidiendo tristes algo para comer.
Así que siendo sincero poéticamente:
Mi cordura está de marejada bebiendo con el boquete
de la piel del tambor de corteza de roble.
Pero pienso y veo, mi pregunta no deja de ser:
¿Quién es capaz de leer mis líneas entre
la marabunda de obstáculos punzantes?
Tantas circunstancias unidas explicablemente.
Voluntad política de cambio en la vida, dicen,
puede ser clave para conseguir paisajes verdes.

No me desmontan cuatro historias
sin fuerza ni gloria, mal contadas. 
Es un error no reconocer la fuerza de las ideas.
Moriré mirando de frente a la realidad,
recibiendo con gusto la suerte de los idealistas.
Insisto, pureza y alegría.



Sergio Rodríguez.

jueves, 21 de mayo de 2015

Espirales.

Sonrío plácido, tal vez iluso,
durmiendo en una cama con pinchos,
siendo la Luna mi colchón,
buscando que no se desinfle, pienso
y espero que mi jugo solo
sea energía suficiente, pero
si hace falta desato a los perros,
o preso de libertad rompo muros,
o desafío malos instintos,
o me aparto podrido de dolor.
Me encuentro dando paseos
entre las dudas que quiebran tronos,
siempre con las manos en los bolsillos
buscando ansioso el botón
que pare la cuenta atrás de este sueño.
Pero alguien me apretó el gatillo del pulso
y es que no acierto, tiento, pero no.

Tanto y tantos castillos en el aire
para jugármela solo en unos instantes.
Hoy son estas manos teñidas las que
tiran de mí, estos versos me sorben
la ausencia de calma, mala costumbre,
y es que este río tiene muchos horizontes.
Yo, escudriñando lo que no puedo ver,
esclavo de lo que entraña cualquier por qué,
estoy sumergido saciando la insaciable sed
de sentir, pero sigo afinando mi rifle.
Ante una noche muy oscura uso camuflaje,
voy a hacer que mis aguas se junten.

Jinete galopando en este desierto.
Ese Sol naranja mordiendo mi piel.
Pido a mi tambor que no lata ciego
que siga el ritmo de lo que es mejor,
pero sabe que llevo una Pangea dentro
y hace caso omiso a este jaleo
de desaires, y me toca la canción
de aquel caballero que desoyó
a su escudero y se lanzó directo
al molino, aquel bendito loco.
Con lanza antigua en siglo veintiuno.
Intenso en el diálogo conmigo mismo,
poniendo ladrillos a mi espíritu crítico.
Este es mi terreno, mi trozo de cielo.
Si miras y reluces, húndete y desaparece
humilde, agradece la luz del Oeste.
¿Varios universos?, yo uno pero cambiante.

Siéntate, escucha esta acústica, valora y piensa:
¿Hacia qué agujero se dirigen tus caderas?

Sergio Rodríguez,

martes, 12 de mayo de 2015

Más andamiaje.

Cómo explicar que esta sombra sigue erguida
con el puño cerrado debajo de la barbilla,
en busca de, persiguiendo a, anhelando nada.
Solo busco silencio para poder centrar
la mira de mis versos, necesito acertar.

Me gritan los mimos que soy escoria
por no tener señales en mi campo,
que de tanto trigo no se ve la tierra.
Me gritan invariables, desde lejos.
No me importa no ser comprensible, vigas
de falsa madera, sostenes de pensamiento oportuno,
armas del descontento, palabras vacías
aquí no entran, mis espigas solo las toco yo.
Tengo arado de sobra para hacer surcos
en tierra yerma, hasta que brote caos,
necesario para un cuaderno sin frenos.
Quién osa contradecir mi frenesí endiablado.
Mi tinta me dice que tengo cien tallos,
que me he formado por esquejes,
que puedo multiplicar momentos
y darlos de sí hasta derrocar a la noche.


Entre cañonazos siempre he creado
pasarelas de flores, será por eso que busco
rincones delirantes en la jungla de cemento.
Busco sediento sentir, sin normas, con desvelos.
Soy aficionado al fondo de las fotos.
No me importan las arrugas, sino el color
de los hilos de madejas de treinta y séis grados.
Las nubes deciden moverse al compás de mis dedos,
un día en cielo raso, otro con muertos a garrotazos.
Andando con las manos en los bolsillos,
buscando el sudor de cuando fui arroyo
de mí mismo, ansío ventilación,
seguir construyendo enjambres de deseo,
dilucidar cientos de tonos en un mismo Otoño.

Otra vez yo y mis poemas.
Sigo cansado de las letras baratas,
sigo repudiando a quienes las beben
y consienten desayunar, comer y cenar
agua de pozo y pan sin migas.
En esto soy artesano ahogado en honra.
No soy de estrategias mal mezcladas,
soy de desplegarme en cuatro hojas,
que me examinen en soledad
unos ojos profundos de verdad,
pues tarde o temprano, con paciencia,
decanto cada gota de iris buscando la pureza
ideológica, buscando que salga
un jardín extasiado de poesía y cultura
de conversaciones de madrugada
y sangre radiactiva, saturada de vino.
Dicen que no se ve el oxígeno
pero se siente, pero es que yo lo imagino,
pero con barreras, siempre mis barreras
ante la civilización emborrona-talentos.
ya estoy podrido si miran desde fuera,
me gusta pensar que por dentro no soy de piedra.
Siempre queriendo ser nido de ideas migratorias.

Me gusta pensar, y qué.

Sergio Rodríguez.


martes, 14 de abril de 2015

Tenía sed.

Inerte como las rocas esperé el paso del río.
Vino lleno de agua tibia, manchado de historias.
Envalentonado de pasión araño cada meandro,
Palpando audaz cada curva repleta de actualidad.
Pregunté, henchido de rabia, por qué agua marrón,
y de espasmo las aguas se pararon, una quietud extrema.
Los gorriones me silbaron mi falta de proyección,
y es que bajo el agua había cajas de madera,
de esa alemana, de los bosques donde entre susurros
dicen que el tesoro no es oro, sino palabras. 
Esos sedimentos son parques naturales
de belleza imposible, de brillantes claves
de conversación, de señales que te dicen: Adelante,
bébeme, y sacia tu temblor, si te atreves. 

Insultado por la apariencia se me abrió un cosmos,
me engulló sin piedad, sin dejar ni rastro
a mis versos antiguos, me dijo: Créalos nuevos. 
Así que embalsamé heridas, absorbí latidos
y me hice una cabaña entre él y yo,
es decir, en las auroras de fuego lento
que rodean nuestros confines, el intercambio
de ideales que parecen acabados, muertos. 

Sigo soñando con escupir temperatura en un micrófono.
Pensando en las habitaciones de cada canción,
en los dolores de espalda de la dedicación,
en que mi humo denso entre en sus oídos.
Que se me marque a hielo el claro reflejo
de la madera de su barco rompeolas, soleado
por mis vientos y adentrándose en mi océano
esquivando monstruos, trayéndome calor
de sus playas dulces, del sonido de sus labios
que me desertifica el vergel de la razón,
para después llamarme tonto e inundarme de riegos.
Me engalano con nada para ese rato clandestino
de sexo frenético en el agujero poético.

Sergio Rodríguez.

miércoles, 8 de abril de 2015

Un poco de inestable.

Las dudas son mi puerta de entrada
a la espiral de dulzura que me encoge la risa.
Suave, decrépita, mi mente tumbada.
Eléctrica mi poesía de manga suelta.

Llego de súbito encasquillando las piezas,
ignorando la podredumbre de las raíces.
Mi salvia corre fulgurante y tempestuosa
dispuesta a endulzar alguna realidad.
Ingeniero asiduo de esas colinas blancas,
de aquellos muslos blancos. Con arcadas
sobrevivo a la sentencia de mi moira.
Con navajas me grabo las palabras no dichas,
pero no queda sitio en esta columna
que soporta kilos de sobrecargas.

Siempre tuve atracción por la lucha del héroe.
Creo en los artificieros de la desesperación y el arte,
Qué poder se necesita para esto, qué clase de hecatombe
interior explica que la negrura cubra mi sangre
y decida escribir con ella, que mi corazón canalice
la textura del papel suplicando que la noche no cierre.

Dónde hay un rostro de mirada profunda,
que me riegue por dentro, que escupa moral
en cada andar quebrado. Roto mi hojal
de tanto sacudirme las malas lenguas.

Quiero un vaho que retuerza mis versos.
Un altar donde ponerme hasta los flecos
de ideas turbias, un caldo perfecto
para hervir el sufrimiento,
si lo tuviera, pues escancio sudor
y, como maqui, me tiro al monte cuando puedo.

Sergio Rodríguez

sábado, 4 de abril de 2015

Respirando verde.

Estoy sentado entre mis dunas de siempre,
leyendo las formas que hace la arena ardiente,
movidas por un viento que creo sorprendiéndome
pues la adrenalina es gasolina para mi entente,
mis dos ramajes con llagas, mi arte reluciente.
Cantando algunas letras menamoro del aire.
Los días de repente son soles de después de comer.
Una calma plácida que puede que avise
de que se acercan temblores, pero por qué,
quizá este oasis no está sujeto a ningún cuerpo de leyes.
Yo solo quiero pasar mi recreo entre el verde de árboles.

Me piden mi chaqueta de bandolero
y por más que digo que está cansada,
ella siempre dispuesta a un trote más.
Sabe que su dueño es mar sin puerto,
siempre dispuesto a un cambio de ritmo,
siempre queriendo un baile más con la luna.
Esos pies polvorientos son puntas de lanza
deseando clavarse en lo hondo del futuro.
Esa chaqueta delgada que reniega airada
de la tela no tejida con música de fondo.
Que busca a su manera, henchida de energía,
aquel laberinto que parece que no se acaba.
Quiere oler el perfume de flores, de poetisa
Yo le digo: espera, que esta noche me toca aullar
y retirarme a mi cueva llena de pinturas.
Me gusta creer que puedo tatuar la naturaleza.
Me gusta desaparecer por días con mi resaca
de relaciones sociales. Mi lámpara acompaña
las palmas de alguna canción repleta
de alusiones, que cariñosas acogen mis neuronas.

Quiero un viaje, cuatro otoños y una escalera
natural que lleve a alguna cima bien alta,
donde poder enseñar todo lo que he aprendido,
y es que enseñar me abre las ventanas,
y me entra un airecito lleno de miradas atentas.

Mi chaqueta ha perdido los botones,
y yo harto de ponérselos la reprocho,
pero ella apretándose responde
que soy yo quien los arranca cediendo
el gusto a quien me llena la fuente.
Pues ya no lo hago más, digo.
Y ella me dice que soy un desastre,
y yo la recuerdo cuánto ha visto conmigo
y sentido, mejor sentir que ver, dicen.
Y ella ruborizada quiere vestirme otra vez,
quiere seguir creando recuerdos
y quiere vivir. Yo tan contento
me engalano con ella, pues yo fui su sastre.
Mi mejor compañera de viaje,
los dos seguimos coleccionando paisajes.

Sergio Rodríguez.

lunes, 23 de marzo de 2015

Ya vienen mis halcones.

Con las manos negras sobre las rocas.
Decidido estoy bajando al agujero,
voy a rescatarme a mi mismo.
Basta ya de abandonar filosofías.
Solo soy el humo caliente del barrio
que abarca una mirada, verso frustrado,
esqueleto doblado recargando energía,
pútrido pensamiento con algún destello,
pero qué destello, me digo bajo la lluvia.
Golpeándome el pecho aireo con saña
este puño lleno de heridas
por pelear contra la mediocridad
día tras día, en unos ojos y en otros.
Las noches no son suficientes para vencer al tiempo,
pues que el tiempo me lleve bajo el océano,
quiero estar solo, rodeado de bestias
acechando en la oscuridad, como en tierra los desafíos.
Mi única barrera la sensatez, la tenaz elocuencia,
las constantes murallas chinas que rodean mi laberinto.
Me mecía ante mi Sol inquieto, tranquilo,
y ahora invoco de Aristóteles mi término medio.
Voy a engancharme a mi vocación
que es la profundidad de mis ojos,
mi poesía obtusa, mi sistema nervioso
haciendo estragos, causando terremotos
donde el epicentro lo marco yo,
como el minuto donde uso mi ardid notorio,
como el minuto donde decido cuánto de mi vida es sueño.

Había relegado los orgasmos de mi cerebro,
el jabón que necesito para lavar mis árboles,
los guardianes que lavan mi oxígeno diario,
el algodón con el que compruebo dónde lato.
Aburrido me creen, pero sin recoger mi mundo interior.
Característica intrínseca de colaboracionismo
de los intentos de verdadera vibración fracasados.
Mirad, os observo desde mi alta torre, de risa muerto.
No hay para escalar, no se puede derribar a un coloso,
pues vuestro cielo no es más que mi olvidado subsuelo
y la caza de buitres nunca fue lo mío.
Soy la mirada perdida entre los esclavos,
los aspavientos de la mesura en la discusión,
la melodía de un discurso político.
Soy el poeta que escribe en la soledad de su habitación
sobre cómo ser capaz de cambiar mundos
con solo un par de bolígrafos vacíos.
Aquí estoy y a mi alrededor me debo,
a prueba de orgullo, a prueba de desprecios
me estoy fabricando desde hace años
mi propio inviolable, amado y armado espacio.
Sergio Rodríguez.

lunes, 16 de marzo de 2015

Sol y tarde.

Estoy tumbado en la barba de los campos.
Los olores me estiran con calma los labios.
Giro mi cabeza, con brío, a los lados.
Estoy acuchillado y ya no oigo pasos,
pues la noche es bicha y no deja huella.
Para qué mentir, el cazador se ha vuelto presa.
Pero sigo sonriendo con las manos manchadas.
Hago cauces en la tierra para que corran mis mechas
sin saber donde está el barril que pueda explotar.
No hay sangre que brote de estas heridas,
es luz manchada con tinta, cascadas bendecidas
de letras distintas que no se quedarán en charcas.
Si quieres nadar necesitarás algo más que aletas,
pero las turbinas aquí no son bienvenidas.

Decido crear rugidos exhaustos,
que voy fingir ser animal malherido.
Y como por arte de suerte la cazadora llegó.
Una mirada asesina con la negrura como escudo,
una loba cuyo pelaje ondea con el viento.
Bebe de mis heridas, loba, sáciate a gusto,
que va a venir la luna y quiero hablarla,
quiero contarla mis historias una vez más.
Quiero estar erguido con pose de poeta,
es decir, mente lúcida y mirada perdida.
Pues mis manos según recito son música,
son el rescate que tu piel está esperando,
son el agua de mar que buscan tus oídos,
la cima despejada que anhelan tus pensamientos,
el sustento de innovación que te estás prometiendo,
la espada con la que vas a adentrarte en lo nuevo,
tu sonrisa hacia el suelo, el sol mañanero,
la voz entrecortada que se mezcla con los pájaros.
Quédate conmigo loba, que estoy viendo
cómo terminas de beber para después fundirme en tu hocico,
pues me gusta besar y morder a animales sedientos.
Quiero ver como aúllas imponiendo tu horizonte.
me quedaré mirando cómo desdibujas lo semblantes
de los lobos medio ciegos de colmillos ardientes.
Sé que aunque te quemes y destroces tu piel
vas a reclamar mi agua cuando bebas en los ríos,
echando de menos el sabor de un horizonte indomable.

Las lobas nunca llevan riendas
ni quieren límites para morder.
Los poetas quieren dormir noches a medias
y escribir sobre caminos rectos que están deseando torcer.

Sergio Rodríguez.





sábado, 14 de marzo de 2015

Marea alta.

Retazos de recuerdos vividos entre estos bloques.
Tengo rastrojos de hormigón muy adentro.
Mi soledad que necesito para entender emociones.
Cuántas noches para saber qué trama ese ente
que se esconde, esquivo, debajo de tu sombrero.
Este intrépido quijote está dispuesto a derribar molinos. 
Pensando en la curiosa ecuación de besos igual a versos,
y viceversa.  

Dónde está ese cuerpo de ébano mutilando dogmas. 
Dónde está esa madera que nubla mi libreta.
Qué tipo de análisis puedo utilizar para esta historia.
Qué tipo de conjuro lanzar para asegurarme la victoria.
Me gusta romper cremalleras que no se dignan a bajar.
Si quiero sentirme joven puedo envejecer la ciudad.
Si quiero ser libre no me basta con quedarme en calma,
tengo que salir a pelear, a rescatar la importancia
de los que hoy son tratados como una marea sorda.

Me he manchado los pulmones con tu dióxido
y aquí sigo, bien, iluso, respirando y respirando,
creyendo poder aprisionarlo de nuevo.
Me salen carcajadas mientras observo el cielo.
Las lunas son aún más... son más, bañadas en azul. 
Cómo no me había dado cuenta, quizá estaba perdido
entre dos mundos que ahogaban, sonriendo, mi clamor.
Me gusta tumbarme con un calor que no tiene que ver conmigo. 

Sergio Rodríguez.

domingo, 8 de marzo de 2015

Mi placer en el silencio.

Me salen pasarelas de los dedos,
de un brazo salen palabras y tinta,
del otro circulan altivas modelos.
Agarro a mi ébano y me lleno de magia. 

Parece que me interesa poco más
que un pequeño bosque lunar.
La mezcla de azules encoge mis ramas,
como una guitarra tocada por manos queridas. 
Sin embargo soy esclavo de las esencias
que se proyectan por ojos y labios,
que queman deprisa y alivian despacio.
¿Te gusta el café cortado y las flores bonitas?
A mí me gusta manejar el tiempo a mi antojo,
donde los cafés y las flores puedan dejar huellas.
Porque qué es la vida sin fotografías en la cabeza,
sin poesía, sin los versos del aire manchados,
sin los besos esporádicos imaginados eternos,
sin respirar los vientos amigos de las tierras.

Mi ópera sonando cada vez más fuerte,
despertando los laberintos cambiantes
de mi primavera mente, quizá interesantes,
porque las paredes están llenas de arte
para que la que se pierda emprenda un viaje
por una ciudad llena de detalles.
Aquellos que son asesinos de rutinas, sacerdotes
de las almas atraídas por sucesión de traspiés,
que buscan el granito que se rompe,
la madera que no arde, y después,
los escandalosos versos de los amantes.
En mis caminos no existen las leyes
por eso hay poemas bandoleros que te tocan la sien
y sonriendo te dicen: léeme y siente. 


Sergio Rodríguez.


lunes, 2 de marzo de 2015

Oliendo a humo.

Sobrevivo a mi lucha llevándola a cuestas.
Tengo músculos estrangulados en mi espalda,
como mis manos aferrándose a tu garganta,
como delicias verbales aliviándome las entrañas.

Estoy cansado de mirar al futuro.
Por eso busco un lapso de tiempo.
Que no me gusta que me anden persiguiendo,
que soy más de un "a ver que me encuentro".
Porque mi pasado ya es historia, y claro,
tener siempre caminos en mente puede ser de "bicho raro".

Cuando los rebaños sudan por el pensamiento atascado
yo respiro fuerte en cimas de montañas,
cuyo riesgo es morir congelado.
Pero es que las ideas precocinadas no me despiertan.
Me despierta el calor de los cerebros fluyendo
y ventanas de roble manchándome los labios.

Los escombros del sistema me vaticinan soledad.
Me dicen que no llegaré a ser una bonita nuble blanca,
sino que no seré más que una molesta nube negra
que pasa desapercibida y no deja huella.
Quizá no sepan  que encontraré otra nube oscura
y ambos seremos una feroz tormenta,
que tronará a lo largo y ancho de tierras lejanas
dejando siempre agua para las generaciones venideras.

Escribiendo he dejado atrás muchas cosas.
Ahora la luna sale todos los días
y los entusiastas se apresuran en cuidar sus rimas,
porque el Sol no alumbra a los que no exponen sus caras.

Al igual que aquel poeta cuyo refugio es su cabeza,
tengo a la brisa sin camisa echada en mi trigal,
que tiene suaves espigas dispuestas a tranquilizar
a una melena inquieta decidida a echar a volar
a la mínima que este poeta no deje rienda suelta a su animal.
Pues ella, muy lista, solo ansía la libertad.
Pero es que mis campos no tienen vallas
y sobra marrón para destruir apariencias,
sobra para despertar la originalidad.

Sergio Rodríguez

sábado, 28 de febrero de 2015

Zozobrando.

La turbia noche me adereza los pulmones
con mis pensamientos añadiéndome sal.
Que mi cuerpo nítido solo es transparente.
Que las farolas me dicen cuál es mi ciudad.

Ya me toca postrarme ante las lunas.
Agujeros marrones que se tragan mi materia.
Hechizado y ennegrecido me canto una copla
a ver si entre las notas atrapo una mirada.
Me electrocuta, una descarga de adrenalina.
Me introduzco  dispuesto a nadar
en sus mares de preguntas,
en sus valles llenos de hojalata,
porque es capaz de renunciar a la plata.

Puedo sentir la magia de las palabras.
Puedo entrever las explosiones de líquidos
ocultos tras esa piel de olores sacros,
Aunque es el infierno quien circula por esas piernas,
aunque yo tampoco soy santo.
Puedo decir que me he redimido
de las cartas que me mandaba el diablo
diciéndome que destruyera mis poemas

Sin embargo he destruido las normas sociales,
porque no hay quien me diga quién es quién
para mí, para mi desasosiego prepotente.
No quiero normas de quienes demandan excedentes,
quiero besos de quien me desestabiliza los andares.
Los quiero de ese cosmos encerrado entre mis paredes. 

Aún hay poca tinta en mi piel.
Un soldado sin mirada,
un alter ego de mi enloquecido ser,
que pone un escudo para la vida,
que se protege de la realidad,
que está condenado a evadirse
porque cree en la más simple utopía
de la justicia entre uno mismo y su igual,
Cree en las tesis escritas entre andenes.

Estudio el engranaje que tiene adentro.
Tengo preguntas para cada palmo
de piel enriquecida con versos
ideados por el que desde antaño
sigue escribiendo lugares prohibidos,
tiempos lejanos y caudales adversos
a la idiosincrasia del viejo Estado.
Es ese espectro chamanístico
en la noche quien me vence en duelo.

Si los cuerpos se vuelven azules
no puedo hacer más que escribirles

y describir sus embates. 

Sergio Rodríguez

domingo, 22 de febrero de 2015

Mi propia canción del pirata.

Esta es una de esas historias que un escritor rescata de su pasado más prematuro. Un pasado lleno de aspavientos y bandazos propios de edades extremadamente vivas. Vivas porque no pasaba un segundo en el que no se sintiera, cada momento era radicalmente opuesto y especial. Antes uno miraba a la vida de soslayo, pero ahora se la mira de frente y cada paso que damos es una columna guía en nuestro edificio vital. Todo tiene su encanto. Sin embargo  quién en su sano juicio iba a ser capaz en aquella época de dar un beso vacío, disfrutar con límites, pasar las noches pensando en obligaciones, sentir las cadenas del sistema y de la propia vida. Pocos sabían lo que les iba a pasar a lo largo de los años y bueno, todo curte.

Me pregunto si podría recordar suficientemente bien aquella historia de piratas y sueños, creo que sí. El protagonista no era más que un adolescente criado en un pueblo de interior, con sus costumbres y sus escenarios. Cuando uno se cría en unos kilómetros cuadrados y apenas sale de ellos es capaz de amar cada trozo de suelo y de dar la vida si fuera necesario para defenderlo. Cada esquina, cada plaza, cada banco, cada camino, cada palmo de césped, todos guardan pequeños secretos y sensaciones. Uno puede salir a pasear con su memoria con solo echar a andar. Todo es un hogar. Creo que un hogar puede diferenciarse de otros lugares por muchas cosas pero en el caso de este joven su definición se basaba en la sensación de andar por la noche por las calles desiertas como si paseara por su casa. Cualquier persona que se pudiera cruzar sería un compañero porque todos han visto llover, tronar y nevar esas calles. Por supuesto también han visto las calles soleadas, algo que a él le daba la vida y se la hacía más hermosa. Era como si recibiera energía del mismísimo Sol y los problemas se hicieran más pequeños. Sin embargo a este chico le salió barba y comprendió que debía salir de su amado pueblo para explorar nuevos rincones y nuevas sensaciones. Fue a una gran ciudad costera que no quedaba demasiado lejos con una recomendación de su padre para que ayudara al tendero de uno de los numerosos barrios de aquella ciudad.

El joven llegó a la ciudad y se sintió perdido. Aquél vaivén constante de gentes que no se miraban a la cara unos con otros le desquiciaba. Los rincones no tenían recuerdos y los edificios altos no le dejaban ver bien al Sol. Trabajó con éste durante un año y de él aprendió muchas cosas. Aprendió el orgullo que se adquiere cuando alguien madruga para ganarse la vida, la satisfacción de la dedicación a una labor concreta, la interactuación con la gente de aquel barrio; aprendió la sensación de servir a alguien más que a uno mismo. Pero lo que más le impactó fue ver la soledad que se escondía detrás de la gente cuando iban a comprar a la tienda. Todos le contaban cosas de sus vidas que nada tenían que ver con el propio momento, todos buscaban una complicidad con la excusa  del acuerdo de la compra y la venta de un producto. Él acogía todas esas historias con satisfacción porque la mayoría de los clientes eran mayores que él y así aprendía e incorporaba nuevas experiencias que hacía suyas. El tendero era un aficionado a la lectura y el chico era un gran observador de todo lo que le rodeaba. Parecía que el intercambio de influencias estaba servido. Más de una vez  había visto al chico ensimismado mirando al cielo soleado u observando las gotas de lluvia manchar las piedras de las calles. Por ello se decidió a hablar con él sobre qué pensaba en estos ratos. Él contestaba que imaginaba sitios nuevos, paisajes, situaciones con personas, risas y llantos y un largo etcétera. El tendero se sorprendió y decidió compartir con aquel chico su pequeña biblioteca personal. Le fue dejando una novela tras otra que el chico engullía con gran satisfacción, cada vez  estaba más absorto en sus mundos.

Desde que empezó a leer aquellos libros llenos de ideas y sensaciones empezó a soñar cosas que nunca había soñado. El sueño que más veces le asaltaba las noches era desquiciante. Se encontraba en numerosos escenarios: plazas, bailes, tabernas, habitaciones, campos, montañas. Delante suya estaba una mujer de pelo largo y moreno. En el sueño ambos tenían un vínculo fuerte pero no sabía descifrar cuál. Algo le empujaba hacia ella impulsivamente. La sangre rebotaba en todas las venas de su cuerpo al ver aquella melena. Los músculos se retorcían y bailaban de impaciencia. Era como si todos los ritmos posibles de tambores de la África negra tuvieran eco en su corazón. Moría de ganas de ver su rostro. Pero su maldición era que cuando se acercaba a ella e intentaba darle la vuelta a su cabeza siempre se despertaba. El sueño se interrumpía una y otra vez en el mismo punto y el chico empezó a pensar que descubrir ese rostro sería parte de su destino. Poco a poco comprendió que no debía de quedarse más tiempo trabajando en aquella tienda que ya consideraba un pequeño hogar. Habló con el tendero para que le diese todo lo que había ahorrado trabajando y así poder marcharse. No tenía rumbo pero confiaba en sus impulsos. El chico abrazó fuertemente al tendero y le agradeció que le diera la oportunidad de leer esos libros que tanto habían abierto su mente. Recogió lo poco que tenía y se fue. Paseando por el puerto entabló conversación con un comerciante de productos de ultramar que buscaba marineros para tripular el barco con el que hacía los intercambios mercantiles. Se pedía gente aventurera y con ganas de ver mundo, por ello creyó que la boca de aquel hombre pronunciaba su nombre a gritos. Supo que si aceptaba tendría oportunidad de conocer nuevas experiencias y se ofreció voluntario. Aquella misma noche zarpó en aquel barco mediocre y se integró entre la tripulación. Aquellos hombres eran la mayoría mayores que él y curtidos en mil batallas. Los primeros meses le sirvieron para acostumbrar su cuerpo a las noches de vino y canciones entre compañeros de viaje  y trabajo. Escuchó el mar en calma en las noches llenas de estrellas y quedó extasiado de tanta belleza. Empezó a escribir todo lo que se le pasaba por la cabeza en un pequeño cuaderno y seguía ensimismándose viendo a la naturaleza hacer su trabajo. Muchas noches se las pasaba en vela en la popa del barco, con sus pensamientos. Los demás muchachos acogían sus soledades con simpatía y le llamaban el "soleras" con cierto cariño. Aquel trabajo que aceptó resultó no ser lo que parecía. El marinero que reclutaba tripulación era un mercader que trasladaba productos a precios más baratos de los que los Estados imponían, una especie de mercado negro que reportaba unos beneficios suficientes para llevar una buena vida. El capitán no era rácano y les daba a cada miembro de la tripulación pagas copiosas si se vendía mucho con lo cual el ambiente de compañerismo aumentaba, al igual que las fiestas en las tabernas de la multitud de pueblos costeros que visitaban.  El chico cogió gusto a esta ilegalidad que acrecentaba su seguridad en sí mismo y su atrevimiento hacia todo tipo de cosas. Cambiaron muchas cosas en su vida pero seguía asaltándole noche tras noche ese sueño de la mujer sin rostro. Escribía mucho sobre ello y soñaba con que algún día podría encontrarse con ella en el mundo real. ¿Pero cómo podría reconocerla  si no sabía cómo era su rostro?. Entre las numerosas fiestas en los puertos probó otros placeres de la vida ocultos hasta entonces. Probó los besos de mujeres, las sábanas rancias de las posadas y el calor de los sagrados montes de Venus de muchas. Escribía mucho sobre estas experiencias. Pero empezó a cansarse de esto ya que no le reportaba más que el placer del momento. Él anhelaba tener esa melena morena entre sus brazos, sentir que aquella mujer disfrutaba estando en su regazo, aquella mujer de los sueños. Por ello en las tabernas se limitaba a emborracharse con sus compañeros y a reírse de ellos mientras estos proseguían con sus excesos con las mujeres de los pueblos. Cuando ya su paso se tambaleaba solía ausentarse y dar paseos por las playas pensando y admirando el paisaje adulterado por el alcohol. Cuando uno está ebrio el cuerpo desprende más calor y los ojos parecen captar la realidad de una forma más alegre y elocuente. Le gustaba aquella sensación.  Se sentía muy feliz del camino que había escogido porque tenía muchas experiencias escritas en su cuaderno y muchas historias que contar en su cabeza. Su barba era ya fuerte y su cuerpo estaba ya listo para cualquier embate. Se veía distinto a los demás por su gusto por la soledad y por su escudriñamiento de los pequeños detalles de la realidad. Además de que era capaz de leer gran parte de las cosas que la gente de su alrededor pensaba cuando hablaban con él. Ser tan observador le resultaba divertido.

Una de aquellas largas noches salieron a celebrar a una taberna de un pequeño pueblo costero otra gran fiesta porque llevaban unas semanas vendiendo muchas mercancías. El capitán había ofrecido una paga extra a cada marinero y todos estaban en éxtasis. El actuó como siempre y se limitó a beber y reír. Las chicas de todo el pueblo estaban allí esa noche ya que deseaban oír las historias de aquellos hombre extranjeros que conocían medio mundo. Pronto comenzaron los excesos y los gritos. De pronto el joven se fijó en una chica que estaba de espaldas sirviendo dos jarras de cerveza a dos compañeros suyos. Su desenvoltura le llamó la atención. Fue entonces cuando vio su melena oscura, y todo se detuvo de súbito. Un calor abrumador  asoló la mitad superior de su cuerpo y no tenía que ver con su cierta embriaguez. Sentía que sus ojos se habían hecho tan grandes que superaban el tamaño normal, su vista se obcecó con esa melena y todo lo demás era irrelevante. De repente estaba muy cerca de ella, reviviendo aquel maldito sueño en persona. Creía que quizá otra vez estaba soñando y que se despertaría al girarla la cabeza. La atracción era increíble y decidió no tardar más. Extendió su manos hacia sus hombros y giró. Sus extremidades sufrieron una parálisis breve, los tambores de su corazón pararon y parecía que su sangre era algún tipo de brebaje ardiente que le recorría todo el pecho. La muchacha parecía tener la misma edad que él y su rostro era de una belleza tan sumamente elegante que él sintió la necesidad de coger su cuaderno y plasmar todo lo que estaba sintiendo al observarlo. Cuando recobró la compostura los ojos de la chica le miraban fijamente, esos ojos parecían estar sacados de la mezcla de los cuatro elementos con un quinto, la poesía que todo lo envolvía.  Eran extremadamente vivos y profundos, brillantes, interesantes, nuevos e hiperactivos. El éxtasis que sentía era mayúsculo y tenía ganas de echar a correr y gritar a los cuatro vientos lo feliz que se sentía. Con todo esto se armó de valor e inició una conversación:

- ¿Eres tú verdad? eres tú.
- Solo soy una camarera de esta taberna, ¿Buscas a alguien?
- ¿Crees que una persona es solo aquello que hace unas horas al día?, yo sé que eres muchísimo más que eso y sabes que sólo yo lo sé hoy en este sitio.

La chica vio en el rostro del joven un aura de misterio que no había visto nunca antes, ello influyó en que decidiera seguir hablando con él.

- Sé lo que quieres decir, pero quizá no sea el mejor momento para hablarlo.
- No te preocupes por eso dame un minuto.

El chico fue a hablar con la jefa de la taberna y le pagó una cantidad suficiente que eximiera de responsabilidades a lo que él creía su destino durante toda la noche.

-Está solucionado, ¿Quieres venir y dar un paseo por la playa?

La chica no se lo pensó y salieron ambos por la puerta. Los compañeros del "soleras" reían a carcajadas creyendo que éste volvía a las andadas con otra mujer. La chica oía con desagrado este tipo de comportamientos pero veía en los ojos del joven al que acompañaba que lo que pasaba por su mente estaba fuera de todo ese contexto. El chico comenzó a relatarle su sueño y todo lo que había sentido. Las largas triquiñuelas necesarias para vender las mercancías le habían hecho adquirir una capacidad de improvisación y de fluidez en el lenguaje que engancharon a la chica a todas las historias que él le contaba.  Cuando llevaban un rato paseando por la playa se puso en frente de ella y le dijo:

- Todas estas historias que te he contado son verdaderas. Como también lo es la necesidad que tengo de estar cerca de ti en estos momentos.
- Algo me decía que prometías todo esto que me has contado cuando te vi en la taberna. No me has decepcionado.
- He deambulado solo muchas noches como esta por muchas playas imaginándome este momento. Cómo sería tu rostro. Ahora sé que no puedo escapar de tus ojos y que todo lo que he hecho hasta ahora tiene sentido. He seguido mis impulsos y ahora estoy rozando tu piel, es el premio que buscaba. Un cuaderno y la naturaleza no siempre es suficiente compañía para todas las noches.
- No sé qué has hecho para que en estas pocas horas haya sentido tantas cosas. Has aparecido de repente  entre toda esa jauría de hombres y noté que irradiabas algo diferente. No me imaginaba que fuera esto.
- ¿No te parece esta situación irreal?
- ¿Hueles el olor del mar? ¿Sientes el viento? ¿Ves mis ojos? nada es tan claro en los sueños. Tú lo sabes muy bien.
- Tienes razón.

Ella le puso la zancadilla y le tiró a la arena.

- ¿Esto es todo lo que puede hacer un marinero clandestino? Quizá me hayas mentido un poco para conquistarme.

El rió a carcajadas.

- Esto es todo lo que puede hacer alguien que lleva buscando algo mucho tiempo.


Se besaron apasionadamente entre la arena, no había nadie en varios kilómetros. Ambos sentían que su piel ardía. Todo fluía como las aguas de los ríos, en una sola dirección. Estaban poseídos por el instinto. A veces los humanos perdemos todo tipo de razón y nos dejamos a merced de las circunstancias. El no pensar es efímero pero valiente. El no pensar supuso el renacer de ambos. La arena fue su campo de batalla donde quedaron en un empate táctico. Porque no había tácticas, y el mar les arropaba con su sonido, suave, con mesura, en contraste con el baile de sus cuerpos. Cuando decidieron irse a dormir lo dos sabían que sus vidas no volverían a ser lo que eran.

Sergio Rodríguez.

domingo, 8 de febrero de 2015

La música de Pitágoras.

Asomado a la impaciencia me consumo,
Como una tarde de Enero, que muere en silencio.
El frío te da pellizcos, despertando el aliento,
que parece sobrio, pues quema el aire sulfurando.
Espero a mi musa haciendo que fumo,
porque matarse poco a poco a veces es poético. 
También beber las noches queriendo estar ebrio,
derramando oscuridad en vasos vacíos.
Mi mundo es un balón ajardinado
que cuando cae y toca cieno
coge impulso y se come el cielo.

No puedo evitar reírme al apostar,
porque la suerte es una bomba compleja
que estalla tu alegría o tristeza,
tus risas o llantos. Si yo te contara,
si yo contara me desnudaría.
Por eso nunca quise aprender a contar.
La autodestrucción siempre fue atractiva
para algunos, para los que tienen algo que contar.

Un trovador que cena miradas,
porque los versos no dan para pan.
¿Y cuál es tu premio? me preguntan.
Mi premio es salir de casa por las mañanas
sabiendo que anoche fui enorme glaciar,
y que ahora, entre trenes, soy mar en calma,
sin que nadie se de cuenta.

Un rostro que oculta abismos,
que se pasa los trayectos uniendo retales,
que no mira sino que ve,
que no oye sino que escucha, traza rumbos.
Rumbos inestables que esquivan la altura de las nubes,
porque me gusta la soledad que hay en las calles.
Y es que siempre disfruto imaginando nuevos libros.



Sergio Rodríguez.





viernes, 23 de enero de 2015

Desde las afueras.

Esta noche mi habitación es extranjera.
Puedo decir que mi gana es perecedera.
Quiero meter tus dedos en mi agua turbia,
pero mi sonrisa hoy está dejando huella.
Juego con la pistola dándole vueltas,
esperando que un día salgan letras.
Todo lo que soy se lo debo a ellas,
pues solo ellas expían mi alma oscura.
Rompí las cadenas para ponerme las mías,
que son muchas, invisibles, inalcanzables,
simultáneas, orientales y occidentales.
Campos y manantiales he creado, quizá quede algo
para los perros de Cronos que comen demasiado.
Son ellos a los que llamo para destruir recuerdos.

Vamos a rescatar mi hogar.
Vamos, y solo quiero una palabra
que contenga, tú, ojos, y, agujeros, yo.
Parecen ventanas hacia el cosmos.

Cada persona un rompeolas y yo ,aquí, siendo tsunami que devora
No me toques que solo soy grietas, no vengas si no tienes tinta.
Voy buscando calor por las aceras de esta sala.
Soy un obrero asalariado trabajando en algo que no visité, tu cama.
Por eso no tengo nada, por eso soy como una ciudad difusa
Intentando agarrar por segundos un puñado de agua.
Pero ese frescor efímero sé que me devolverá mi calma.
Busco ese cuerpo ígneo que derroche profundidad.
Esa melena que cuyas puntas sean resquicios de paz.
Busco que los cuerpos vuelvan a volverse azules en la oscuridad.

Cómo puede haber ganas de correr por el mundo
cuando tus dedos deben ser falanges de hoplitas
golpeando la mediocridad que nace del suelo.
Pagando en días conversaciones con entusiasmo.
El sudor se cotiza alto en el maldito mercado negro.
Mi poema no transmite nada y lo transmite todo.
Afán de crear, reuniones de cuerpos diplomáticos
cerebrales ante manifestaciones que abren surcos.
Lleno mi cuaderno de halagos, ya lleno de cielos;
cielos que nunca serán mirados y escribo, escribo.
No entiendo mi letra y vivo reinterpretando.
Mi mente huye cruda del combate, echando humo.
Es una sucesión de engranajes, como el socialismo.
Soy un cuervo ensimismado con tu ideología, quebrado
enebro sudores haciéndote creer que no tienes dueño.
Quieres que claudique ante ella pero mi moral es telón de acero.
Dicen que la teoría no tiene sentido alguno.
Pero qué somos, es mi pregunta, intentando enamorar sólo con besos.
Prefiero enseñarte una mitad de mi, y siendo así puro animal arrojadizo,
mostrarte parte de mi ADN, de mi anacronía, diáspora y neoclasicismo.
Agarrado a mi identidad, clavada con lanzazos de poetas hablando.
Todos los dioses envidian mi hogar, porque en él hay humanos.
El ser más misterioso, inesperado y prolífico que jamás ha existido.
El que puede idear, diseñar, construir y llenar bibliotecas de siglos.
Ojalá en algún momento Alejandría me ilumine con su faro.

Sergio Rodríguez.