martes, 14 de abril de 2015

Tenía sed.

Inerte como las rocas esperé el paso del río.
Vino lleno de agua tibia, manchado de historias.
Envalentonado de pasión araño cada meandro,
Palpando audaz cada curva repleta de actualidad.
Pregunté, henchido de rabia, por qué agua marrón,
y de espasmo las aguas se pararon, una quietud extrema.
Los gorriones me silbaron mi falta de proyección,
y es que bajo el agua había cajas de madera,
de esa alemana, de los bosques donde entre susurros
dicen que el tesoro no es oro, sino palabras. 
Esos sedimentos son parques naturales
de belleza imposible, de brillantes claves
de conversación, de señales que te dicen: Adelante,
bébeme, y sacia tu temblor, si te atreves. 

Insultado por la apariencia se me abrió un cosmos,
me engulló sin piedad, sin dejar ni rastro
a mis versos antiguos, me dijo: Créalos nuevos. 
Así que embalsamé heridas, absorbí latidos
y me hice una cabaña entre él y yo,
es decir, en las auroras de fuego lento
que rodean nuestros confines, el intercambio
de ideales que parecen acabados, muertos. 

Sigo soñando con escupir temperatura en un micrófono.
Pensando en las habitaciones de cada canción,
en los dolores de espalda de la dedicación,
en que mi humo denso entre en sus oídos.
Que se me marque a hielo el claro reflejo
de la madera de su barco rompeolas, soleado
por mis vientos y adentrándose en mi océano
esquivando monstruos, trayéndome calor
de sus playas dulces, del sonido de sus labios
que me desertifica el vergel de la razón,
para después llamarme tonto e inundarme de riegos.
Me engalano con nada para ese rato clandestino
de sexo frenético en el agujero poético.

Sergio Rodríguez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario