miércoles, 7 de noviembre de 2018

No se acaba nunca y menos mal.

Traqueteo de trenes en la cabeza, pan de cada día.
Los raíles viejos aguantan, un trapito y fuera.
No me voy a engañar a estas alturas.
Muchos gigantes los convertí en ranas,
pero quedan algunos ahí fuera
esperando dudosos mi estocada.

Cada vez tengo más agua en mi caudal.
Cada vez más necesito abrir vías.
Cada vez me pido abrirme más.
No hay levedad en este ser.
La gravedad a veces aplasta.

Parezco errante pero sepan que no hay duda,
entre el frio de los bloques ondea mi bandera.
Parecen tener alma cuando pasas cerca,
cuando me asaltan actuaciones de grandeza
que terminan tumbado en mi pequeña cama.

Llevo el cemento incrustado en las venas.
Sé sacar de él las pinturas más clásicas
y la salvia que me pega el empujón de mañana.
El precio es tener al lado esa negrura
que te ronda, que espera que falles, que cedas.
Pero cómo rechazar ese salvajismo que me brota
natural cuando rozo una piel que me electrocuta.

No, no todo corazón está envuelto en llamas.
No, no todos sentimos igual en el mismo lugar
No, no todos besamos igual la misma piel.
No, no todos sangramos igual al perder.
 

Sergio Rodríguez.

domingo, 14 de octubre de 2018

Otoño, que a veces no duele.


Ahora que siento esta melodía helada.

Ahora que me mancho la espalda

de secretos escritos con ganas.

Ahora es cuando pido a la vida

que me envuelva en sus llamas.



Que me quema la sangre en cada nota,

Y me encanta. Soltar estafas pasadas,

sentir que me brota tinta nueva

de cada herida que aparece al alba.



Quien se lo iba a decir a este silencio espeso,

A este cabizbajo verso trotanoches…

que volvería a pintar auroras boreales,

que volvería a poner patas arriba el salón

con sus cañones de colores, 

con su particular espectáculo ecuestre.

Emociones colocadas en mosaico

siempre por delante del miedo.



Tengo un corazón que consume rock de garajes,

esclavo del licor más distorsionado,

manchado del mejor tono de voz

que rima inseguro entre toses.

Siempre buscando el punto de fusión

de la mente con el vello erizado.

No me canso de planear intenciones.


Tengo oídos insaciables de alboroto extremo

para que entre medias de tanto jaleo

pase desapercibida la jauría que llevo dentro.

Porque es algo objetivo que, en otoño,

El marrón de mis ojos me invade todo.



Y este marrón, qué hacer con él,

pregunta este punteo que parece

inerte, pero que aumenta la sed

de perderme en determinadas latitudes.

Para qué rimar siendo obediente

si este marrón se siente tan rebelde

tan creciente, tan impaciente

que me cuesta llevarlo al monte.



Este marrón no quiere que le besen en la boca,

quiere que le besen en las yemas de su alma.

Este marrón está lleno de cosas que nunca dije

por eso que brilla un poco más de lo normal.


Sergio Rodríguez.


lunes, 26 de marzo de 2018

Soy



A veces necesito leerme a mí mismo;

leerme las flechas corsarias de mi pecho,

que sólo obedecen la voz de un amo

pero que rasgan y queman sin miramiento.



Puedo ser mar de luces o cielo de abismos.

Puedo tener mil monstruos ciegos

y a la vez manantial de silencio.

Puedo crear sentimientos bellos

madurados con un whisky bien viejo,

y también helarlos hasta el témpano.

Puedo hacer mucho con muy poco

y sangre con sólo mover un dedo.

Tener un Guadiana entre los hombros

requiere extremar la precaución.

Una veces corro suave como el eco

y otras ni me caliento a mí mismo.



Los pulmones me florecen en primavera

y con ellos mi ya conocida poesía arrabalera.

Me estallo con acordes hechos para llorar,

tan necesarios como las noches en soledad.

Con el calor mis mil tallos sacan la cabeza

desafiantes ante quien se atreva a cortar.

Total qué más da, siempre vuelven a brotar.

Cada vez con más ganas de trotar y explorar,

cada vez con más ganas de darme vida.



Cada vez que escribo dejo el frío más atrás.

Por allá quedaron restos de muchas batallas,

altares que con el tiempo serán buenos guías,

recodos que con suerte no volveré a pisar.



Cómo me gusta recobrar mis ojeras de tinta,

mi sonrisa ilusa, mi techo de aurora boreal,

mi calma rota por las ganas, mi esencia,

mi cerebro caliente de pasión reclusa

por las fauces de este siglo. Miel fresca,

a su vez, para esta tradición arcana.



Cómo me gusta que mis puños se cierren

agarrando, sedientos, rimas en ciernes.

Haciendo oposición firme a los maniquíes

cuyo estatismo sólo refleja sentimiento inerte



Qué más da, se dice por ahí, si mañana todo se olvida.

Pero esta cabeza loca desconoce esa mala palabra,

y por eso este humilde devorador de historia

trasnocha y trasnocha, hasta que se toca el alma.

Porque no quiere olvidar nada.



Para mí tengo de todo, pero a mi manera.


Sergio Rodríguez.

jueves, 1 de febrero de 2018

El que viajó aún tiene historias que contar


Largo camino he recorrido

Desde que se pudrió aquel olivo.

Qué iba a hacer con el huerto seco,

Pregunté, repensar como un descosío.



Ahora vuelvo a estar preso

Del frío rebelde, moldeador nato.

Una nueva vida en mi mano.

Mezcla de esperanza y ocaso,

Mezcla de suave rock y tango.

Ahora la noche ya no tiene color,

Pero aquí estoy yo, diestro pintor,

Inventor de ambientes helénicos.

Es necesario seguir al Sol,

Que clama rojo como un demonio

Encendiéndome la sangre, buscando

Mi libreta, recordando conmigo

Que mi tronco es un fuerte pino

Que de versos alimenta su verdor.



Me alegra perderme en las calles.

Solo en presencia, rodeado de realidades,

Sediento de historias de clase.

Me gusta inventar pero veo esta masacre

Y loco el que quede impasible.



No cambio el cemento y el ladrillo por nada.

La noche solo es escueta si no se sabe observar.

Cuántos cosmos echados al viento, cuánta ansiedad.

Cuánta belleza puede haber en una grieta.



Este frio rebelde que me rebela el mirar.

Encoge el cuerpo pero enciende el vendaval.

Un manto, para otros, que aplasta vida.

Para mí fuente de la eterna poesía,

Fuente de una sonrisa jamás vista.

Encantado de viajar en el galeón de mi historia.

Volver atrás para después avanzar.

Esta realidad exige tácticas de guerrilla.

Un bolígrafo con mirilla y para qué más.


Sergio Rodríguez.