Sobrevivo a
mi lucha llevándola a cuestas.
Tengo
músculos estrangulados en mi espalda,
como mis
manos aferrándose a tu garganta,
como
delicias verbales aliviándome las entrañas.
Estoy
cansado de mirar al futuro.
Por eso
busco un lapso de tiempo.
Que no me
gusta que me anden persiguiendo,
que soy más
de un "a ver que me encuentro".
Porque mi
pasado ya es historia, y claro,
tener
siempre caminos en mente puede ser de "bicho raro".
Cuando los
rebaños sudan por el pensamiento atascado
yo respiro
fuerte en cimas de montañas,
cuyo riesgo
es morir congelado.
Pero es que
las ideas precocinadas no me despiertan.
Me despierta
el calor de los cerebros fluyendo
y ventanas
de roble manchándome los labios.
Los
escombros del sistema me vaticinan soledad.
Me dicen que
no llegaré a ser una bonita nuble blanca,
sino que no
seré más que una molesta nube negra
que pasa
desapercibida y no deja huella.
Quizá no
sepan que encontraré otra nube oscura
y ambos
seremos una feroz tormenta,
que tronará
a lo largo y ancho de tierras lejanas
dejando
siempre agua para las generaciones venideras.
Escribiendo
he dejado atrás muchas cosas.
Ahora la
luna sale todos los días
y los
entusiastas se apresuran en cuidar sus rimas,
porque el Sol
no alumbra a los que no exponen sus caras.
Al igual que
aquel poeta cuyo refugio es su cabeza,
tengo a la
brisa sin camisa echada en mi trigal,
que tiene
suaves espigas dispuestas a tranquilizar
a una melena
inquieta decidida a echar a volar
a la mínima
que este poeta no deje rienda suelta a su animal.
Pues ella,
muy lista, solo ansía la libertad.
Pero es que
mis campos no tienen vallas
y sobra marrón
para destruir apariencias,
sobra para
despertar la originalidad.
Sergio Rodríguez
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