sábado, 28 de febrero de 2015

Zozobrando.

La turbia noche me adereza los pulmones
con mis pensamientos añadiéndome sal.
Que mi cuerpo nítido solo es transparente.
Que las farolas me dicen cuál es mi ciudad.

Ya me toca postrarme ante las lunas.
Agujeros marrones que se tragan mi materia.
Hechizado y ennegrecido me canto una copla
a ver si entre las notas atrapo una mirada.
Me electrocuta, una descarga de adrenalina.
Me introduzco  dispuesto a nadar
en sus mares de preguntas,
en sus valles llenos de hojalata,
porque es capaz de renunciar a la plata.

Puedo sentir la magia de las palabras.
Puedo entrever las explosiones de líquidos
ocultos tras esa piel de olores sacros,
Aunque es el infierno quien circula por esas piernas,
aunque yo tampoco soy santo.
Puedo decir que me he redimido
de las cartas que me mandaba el diablo
diciéndome que destruyera mis poemas

Sin embargo he destruido las normas sociales,
porque no hay quien me diga quién es quién
para mí, para mi desasosiego prepotente.
No quiero normas de quienes demandan excedentes,
quiero besos de quien me desestabiliza los andares.
Los quiero de ese cosmos encerrado entre mis paredes. 

Aún hay poca tinta en mi piel.
Un soldado sin mirada,
un alter ego de mi enloquecido ser,
que pone un escudo para la vida,
que se protege de la realidad,
que está condenado a evadirse
porque cree en la más simple utopía
de la justicia entre uno mismo y su igual,
Cree en las tesis escritas entre andenes.

Estudio el engranaje que tiene adentro.
Tengo preguntas para cada palmo
de piel enriquecida con versos
ideados por el que desde antaño
sigue escribiendo lugares prohibidos,
tiempos lejanos y caudales adversos
a la idiosincrasia del viejo Estado.
Es ese espectro chamanístico
en la noche quien me vence en duelo.

Si los cuerpos se vuelven azules
no puedo hacer más que escribirles

y describir sus embates. 

Sergio Rodríguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario