Asomado a
la impaciencia me consumo,
Como una
tarde de Enero, que muere en silencio.
El frío
te da pellizcos, despertando el aliento,
que
parece sobrio, pues quema el aire sulfurando.
Espero a
mi musa haciendo que fumo,
porque
matarse poco a poco a veces es poético.
También
beber las noches queriendo estar ebrio,
derramando
oscuridad en vasos vacíos.
Mi mundo
es un balón ajardinado
que cuando
cae y toca cieno
coge
impulso y se come el cielo.
No puedo
evitar reírme al apostar,
porque la
suerte es una bomba compleja
que
estalla tu alegría o tristeza,
tus risas
o llantos. Si yo te contara,
si yo
contara me desnudaría.
Por eso
nunca quise aprender a contar.
La
autodestrucción siempre fue atractiva
para
algunos, para los que tienen algo que contar.
Un
trovador que cena miradas,
porque
los versos no dan para pan.
¿Y cuál
es tu premio? me preguntan.
Mi premio
es salir de casa por las mañanas
sabiendo
que anoche fui enorme glaciar,
y que
ahora, entre trenes, soy mar en calma,
sin que
nadie se de cuenta.
Un rostro
que oculta abismos,
que se
pasa los trayectos uniendo retales,
que no
mira sino que ve,
que no
oye sino que escucha, traza rumbos.
Rumbos
inestables que esquivan la altura de las nubes,
porque me
gusta la soledad que hay en las calles.
Y es que
siempre disfruto imaginando nuevos libros.
Sergio Rodríguez.
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