lunes, 23 de marzo de 2015

Ya vienen mis halcones.

Con las manos negras sobre las rocas.
Decidido estoy bajando al agujero,
voy a rescatarme a mi mismo.
Basta ya de abandonar filosofías.
Solo soy el humo caliente del barrio
que abarca una mirada, verso frustrado,
esqueleto doblado recargando energía,
pútrido pensamiento con algún destello,
pero qué destello, me digo bajo la lluvia.
Golpeándome el pecho aireo con saña
este puño lleno de heridas
por pelear contra la mediocridad
día tras día, en unos ojos y en otros.
Las noches no son suficientes para vencer al tiempo,
pues que el tiempo me lleve bajo el océano,
quiero estar solo, rodeado de bestias
acechando en la oscuridad, como en tierra los desafíos.
Mi única barrera la sensatez, la tenaz elocuencia,
las constantes murallas chinas que rodean mi laberinto.
Me mecía ante mi Sol inquieto, tranquilo,
y ahora invoco de Aristóteles mi término medio.
Voy a engancharme a mi vocación
que es la profundidad de mis ojos,
mi poesía obtusa, mi sistema nervioso
haciendo estragos, causando terremotos
donde el epicentro lo marco yo,
como el minuto donde uso mi ardid notorio,
como el minuto donde decido cuánto de mi vida es sueño.

Había relegado los orgasmos de mi cerebro,
el jabón que necesito para lavar mis árboles,
los guardianes que lavan mi oxígeno diario,
el algodón con el que compruebo dónde lato.
Aburrido me creen, pero sin recoger mi mundo interior.
Característica intrínseca de colaboracionismo
de los intentos de verdadera vibración fracasados.
Mirad, os observo desde mi alta torre, de risa muerto.
No hay para escalar, no se puede derribar a un coloso,
pues vuestro cielo no es más que mi olvidado subsuelo
y la caza de buitres nunca fue lo mío.
Soy la mirada perdida entre los esclavos,
los aspavientos de la mesura en la discusión,
la melodía de un discurso político.
Soy el poeta que escribe en la soledad de su habitación
sobre cómo ser capaz de cambiar mundos
con solo un par de bolígrafos vacíos.
Aquí estoy y a mi alrededor me debo,
a prueba de orgullo, a prueba de desprecios
me estoy fabricando desde hace años
mi propio inviolable, amado y armado espacio.
Sergio Rodríguez.

lunes, 16 de marzo de 2015

Sol y tarde.

Estoy tumbado en la barba de los campos.
Los olores me estiran con calma los labios.
Giro mi cabeza, con brío, a los lados.
Estoy acuchillado y ya no oigo pasos,
pues la noche es bicha y no deja huella.
Para qué mentir, el cazador se ha vuelto presa.
Pero sigo sonriendo con las manos manchadas.
Hago cauces en la tierra para que corran mis mechas
sin saber donde está el barril que pueda explotar.
No hay sangre que brote de estas heridas,
es luz manchada con tinta, cascadas bendecidas
de letras distintas que no se quedarán en charcas.
Si quieres nadar necesitarás algo más que aletas,
pero las turbinas aquí no son bienvenidas.

Decido crear rugidos exhaustos,
que voy fingir ser animal malherido.
Y como por arte de suerte la cazadora llegó.
Una mirada asesina con la negrura como escudo,
una loba cuyo pelaje ondea con el viento.
Bebe de mis heridas, loba, sáciate a gusto,
que va a venir la luna y quiero hablarla,
quiero contarla mis historias una vez más.
Quiero estar erguido con pose de poeta,
es decir, mente lúcida y mirada perdida.
Pues mis manos según recito son música,
son el rescate que tu piel está esperando,
son el agua de mar que buscan tus oídos,
la cima despejada que anhelan tus pensamientos,
el sustento de innovación que te estás prometiendo,
la espada con la que vas a adentrarte en lo nuevo,
tu sonrisa hacia el suelo, el sol mañanero,
la voz entrecortada que se mezcla con los pájaros.
Quédate conmigo loba, que estoy viendo
cómo terminas de beber para después fundirme en tu hocico,
pues me gusta besar y morder a animales sedientos.
Quiero ver como aúllas imponiendo tu horizonte.
me quedaré mirando cómo desdibujas lo semblantes
de los lobos medio ciegos de colmillos ardientes.
Sé que aunque te quemes y destroces tu piel
vas a reclamar mi agua cuando bebas en los ríos,
echando de menos el sabor de un horizonte indomable.

Las lobas nunca llevan riendas
ni quieren límites para morder.
Los poetas quieren dormir noches a medias
y escribir sobre caminos rectos que están deseando torcer.

Sergio Rodríguez.





sábado, 14 de marzo de 2015

Marea alta.

Retazos de recuerdos vividos entre estos bloques.
Tengo rastrojos de hormigón muy adentro.
Mi soledad que necesito para entender emociones.
Cuántas noches para saber qué trama ese ente
que se esconde, esquivo, debajo de tu sombrero.
Este intrépido quijote está dispuesto a derribar molinos. 
Pensando en la curiosa ecuación de besos igual a versos,
y viceversa.  

Dónde está ese cuerpo de ébano mutilando dogmas. 
Dónde está esa madera que nubla mi libreta.
Qué tipo de análisis puedo utilizar para esta historia.
Qué tipo de conjuro lanzar para asegurarme la victoria.
Me gusta romper cremalleras que no se dignan a bajar.
Si quiero sentirme joven puedo envejecer la ciudad.
Si quiero ser libre no me basta con quedarme en calma,
tengo que salir a pelear, a rescatar la importancia
de los que hoy son tratados como una marea sorda.

Me he manchado los pulmones con tu dióxido
y aquí sigo, bien, iluso, respirando y respirando,
creyendo poder aprisionarlo de nuevo.
Me salen carcajadas mientras observo el cielo.
Las lunas son aún más... son más, bañadas en azul. 
Cómo no me había dado cuenta, quizá estaba perdido
entre dos mundos que ahogaban, sonriendo, mi clamor.
Me gusta tumbarme con un calor que no tiene que ver conmigo. 

Sergio Rodríguez.

domingo, 8 de marzo de 2015

Mi placer en el silencio.

Me salen pasarelas de los dedos,
de un brazo salen palabras y tinta,
del otro circulan altivas modelos.
Agarro a mi ébano y me lleno de magia. 

Parece que me interesa poco más
que un pequeño bosque lunar.
La mezcla de azules encoge mis ramas,
como una guitarra tocada por manos queridas. 
Sin embargo soy esclavo de las esencias
que se proyectan por ojos y labios,
que queman deprisa y alivian despacio.
¿Te gusta el café cortado y las flores bonitas?
A mí me gusta manejar el tiempo a mi antojo,
donde los cafés y las flores puedan dejar huellas.
Porque qué es la vida sin fotografías en la cabeza,
sin poesía, sin los versos del aire manchados,
sin los besos esporádicos imaginados eternos,
sin respirar los vientos amigos de las tierras.

Mi ópera sonando cada vez más fuerte,
despertando los laberintos cambiantes
de mi primavera mente, quizá interesantes,
porque las paredes están llenas de arte
para que la que se pierda emprenda un viaje
por una ciudad llena de detalles.
Aquellos que son asesinos de rutinas, sacerdotes
de las almas atraídas por sucesión de traspiés,
que buscan el granito que se rompe,
la madera que no arde, y después,
los escandalosos versos de los amantes.
En mis caminos no existen las leyes
por eso hay poemas bandoleros que te tocan la sien
y sonriendo te dicen: léeme y siente. 


Sergio Rodríguez.


lunes, 2 de marzo de 2015

Oliendo a humo.

Sobrevivo a mi lucha llevándola a cuestas.
Tengo músculos estrangulados en mi espalda,
como mis manos aferrándose a tu garganta,
como delicias verbales aliviándome las entrañas.

Estoy cansado de mirar al futuro.
Por eso busco un lapso de tiempo.
Que no me gusta que me anden persiguiendo,
que soy más de un "a ver que me encuentro".
Porque mi pasado ya es historia, y claro,
tener siempre caminos en mente puede ser de "bicho raro".

Cuando los rebaños sudan por el pensamiento atascado
yo respiro fuerte en cimas de montañas,
cuyo riesgo es morir congelado.
Pero es que las ideas precocinadas no me despiertan.
Me despierta el calor de los cerebros fluyendo
y ventanas de roble manchándome los labios.

Los escombros del sistema me vaticinan soledad.
Me dicen que no llegaré a ser una bonita nuble blanca,
sino que no seré más que una molesta nube negra
que pasa desapercibida y no deja huella.
Quizá no sepan  que encontraré otra nube oscura
y ambos seremos una feroz tormenta,
que tronará a lo largo y ancho de tierras lejanas
dejando siempre agua para las generaciones venideras.

Escribiendo he dejado atrás muchas cosas.
Ahora la luna sale todos los días
y los entusiastas se apresuran en cuidar sus rimas,
porque el Sol no alumbra a los que no exponen sus caras.

Al igual que aquel poeta cuyo refugio es su cabeza,
tengo a la brisa sin camisa echada en mi trigal,
que tiene suaves espigas dispuestas a tranquilizar
a una melena inquieta decidida a echar a volar
a la mínima que este poeta no deje rienda suelta a su animal.
Pues ella, muy lista, solo ansía la libertad.
Pero es que mis campos no tienen vallas
y sobra marrón para destruir apariencias,
sobra para despertar la originalidad.

Sergio Rodríguez