lunes, 28 de septiembre de 2015

Claro que no hay que fiarse de los poetas, pero...

Vuelvo a desenpolvar mis dedos pendencieros,
manchados con el calor de arrebatos,
que por escasos parecen más furiosos.
Ya no recuerdo el invierno en mi laberinto.
Sentado en el final miro cómo da el salto
la victoriosa que supo hacerlo, que pudo
teñir sus muslos blancos insípidos
de un rojo que apunta hacia mi pecho. 
Para qué tanta pupila si se reduce todo
a un brillo oscuro que a la vez es tan blanco.
Una contradicción, por fin, que me deja quieto. 

He aprendido a construir mis raíles
con mis metales, basta de mentiras
y desaciertos. He hecho saltar los fusibles.
Quiero oír como me asalta la música.
Sentir la plenitud de paisajes a mis pies,
en mis oídos quiero guadañas de sociedad. 
A media sonrisa quiero ver cómo me seduce
la luna que tanto tardó en parar en mi librería.
Si ella supiera la alquimia que me traigo entre
manos, manuales de supervivencia
dispuestos a quemarse a lo bonzo
si con ello sobrevive esta isla,
que se va llenando de trapos bandoleros,
con mil trotes detrás. Historias 
mancilladas por mi boca, cañón 
que nunca queda seco, naturaleza
que intentan domar pero, lo siento, siempre abre paso.

Ábreme camino en la mitad de mi espalda
y párteme en dos, libérame de mi carga.
Sácame la debilidad y haz con ella pintura.
Gírame la mirada, Trágame el alma.

Bajo la lluvia en la trinchera recuerdo
noches de tejidos de algodón volando
por los aires, aquél calor inaudito.
Sonrío, porque apuntando firme a lo lejos
sé que cuando disparo lo hago por dos. 
Un número que ahora en mí deja de serlo,
para convertirse en largo párrafo
donde quepa todo por lo que búho y soldado
estén dispuestos a luchar, ideas hechas verbo.

La lucha ha dejado de ser casual 
porque me hace soltar lágrimas.
Una amalgama de emociones
buscando papel para su denuncia.
Siento la fuerza de la memoria
guiando mis pasos, miles de almas
que siguen vivas en mis palabras,
un arma que jamás morirá,
un honor que estoy dispuesto a llevar.
Estamos dejando de ser máquinas,
empezamos a ser las hormigas
que buscan incansables la palanca
adecuada que derribe el sistema.

Pero, la noche nunca estuvo tan
abierta para ti, Luna.
La fiera nunca tan sedienta,
la naturaleza tan a punto de explotar.
Esta poesía nunca estuvo tan cargada
de futuro, Luna, maquíllate con ella
y sal a la calle, que todos sepan 
que existe un poeta que te desnuda,
te besa, te folla y después te viste con poemas. 

Sergio Rodríguez.