miércoles, 8 de abril de 2015

Un poco de inestable.

Las dudas son mi puerta de entrada
a la espiral de dulzura que me encoge la risa.
Suave, decrépita, mi mente tumbada.
Eléctrica mi poesía de manga suelta.

Llego de súbito encasquillando las piezas,
ignorando la podredumbre de las raíces.
Mi salvia corre fulgurante y tempestuosa
dispuesta a endulzar alguna realidad.
Ingeniero asiduo de esas colinas blancas,
de aquellos muslos blancos. Con arcadas
sobrevivo a la sentencia de mi moira.
Con navajas me grabo las palabras no dichas,
pero no queda sitio en esta columna
que soporta kilos de sobrecargas.

Siempre tuve atracción por la lucha del héroe.
Creo en los artificieros de la desesperación y el arte,
Qué poder se necesita para esto, qué clase de hecatombe
interior explica que la negrura cubra mi sangre
y decida escribir con ella, que mi corazón canalice
la textura del papel suplicando que la noche no cierre.

Dónde hay un rostro de mirada profunda,
que me riegue por dentro, que escupa moral
en cada andar quebrado. Roto mi hojal
de tanto sacudirme las malas lenguas.

Quiero un vaho que retuerza mis versos.
Un altar donde ponerme hasta los flecos
de ideas turbias, un caldo perfecto
para hervir el sufrimiento,
si lo tuviera, pues escancio sudor
y, como maqui, me tiro al monte cuando puedo.

Sergio Rodríguez

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