domingo, 9 de agosto de 2015

Esta ciudad me contiene.

¿Cuál es la fuerza misteriosa que ciega los pies?
¿Qué sustancia habilidosa nos para la mente
y hace que no echemos a correr a la cima de un monte
para ver los diez minutos que dura un atardecer?

Miro al Sol de tal manera que parezca nuestro,
pero, ¿De quién?, no quieren que exista un nosotros,
porque la unidad llena los espacios que abre la inacción
para una conducta, que no la única, del ser humano.
Las antípodas de la solidaridad, el egoísmo. 
No acepto el mal de los muchos, huele a quemado
la filosofía rastrera que llena a cerebros alienados,
que da excusas a vagas preguntas olvidadas con vino. 

Tengo claro que todo héroe tiene contradicción,
pero también que hay heroicidad en lo subjetivo.
Reina la confusión entre la locura y el desenfreno vacío.
Un loco siempre tiene algo que decir, un borracho
solo metros de asfalto para desperdiciar pensamientos.

La sociedad tiene una base de falsedad, complicidad
y mentira, predomina el hermetismo en las masas
como ley, la mediocridad es impune e impera.
Por eso lo diferente se mueve entre las sombras
de ciudades y pueblos, en canciones de madrugada.
Lo diferente siempre es humilde, y busca una mirada
por fuerza de atracción y potencial de casualidad.
Intenta pasar desapercibido para no caer en la llama
del protagonismo, que toda esencia difumina. 
Afortunadas las ninfas que encuentran su agua.
Afortunados los poetas que se cruzan con su alma.
Hoy escribo por los humanos que dedican su vida,
que por efímera es bella, a buscar su humanidad. 
Resistir tuvo muchos nombres, el mío es poesía. 

Sergio Rodríguez Aranda.