domingo, 14 de octubre de 2018

Otoño, que a veces no duele.


Ahora que siento esta melodía helada.

Ahora que me mancho la espalda

de secretos escritos con ganas.

Ahora es cuando pido a la vida

que me envuelva en sus llamas.



Que me quema la sangre en cada nota,

Y me encanta. Soltar estafas pasadas,

sentir que me brota tinta nueva

de cada herida que aparece al alba.



Quien se lo iba a decir a este silencio espeso,

A este cabizbajo verso trotanoches…

que volvería a pintar auroras boreales,

que volvería a poner patas arriba el salón

con sus cañones de colores, 

con su particular espectáculo ecuestre.

Emociones colocadas en mosaico

siempre por delante del miedo.



Tengo un corazón que consume rock de garajes,

esclavo del licor más distorsionado,

manchado del mejor tono de voz

que rima inseguro entre toses.

Siempre buscando el punto de fusión

de la mente con el vello erizado.

No me canso de planear intenciones.


Tengo oídos insaciables de alboroto extremo

para que entre medias de tanto jaleo

pase desapercibida la jauría que llevo dentro.

Porque es algo objetivo que, en otoño,

El marrón de mis ojos me invade todo.



Y este marrón, qué hacer con él,

pregunta este punteo que parece

inerte, pero que aumenta la sed

de perderme en determinadas latitudes.

Para qué rimar siendo obediente

si este marrón se siente tan rebelde

tan creciente, tan impaciente

que me cuesta llevarlo al monte.



Este marrón no quiere que le besen en la boca,

quiere que le besen en las yemas de su alma.

Este marrón está lleno de cosas que nunca dije

por eso que brilla un poco más de lo normal.


Sergio Rodríguez.


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