miércoles, 7 de noviembre de 2018

No se acaba nunca y menos mal.

Traqueteo de trenes en la cabeza, pan de cada día.
Los raíles viejos aguantan, un trapito y fuera.
No me voy a engañar a estas alturas.
Muchos gigantes los convertí en ranas,
pero quedan algunos ahí fuera
esperando dudosos mi estocada.

Cada vez tengo más agua en mi caudal.
Cada vez más necesito abrir vías.
Cada vez me pido abrirme más.
No hay levedad en este ser.
La gravedad a veces aplasta.

Parezco errante pero sepan que no hay duda,
entre el frio de los bloques ondea mi bandera.
Parecen tener alma cuando pasas cerca,
cuando me asaltan actuaciones de grandeza
que terminan tumbado en mi pequeña cama.

Llevo el cemento incrustado en las venas.
Sé sacar de él las pinturas más clásicas
y la salvia que me pega el empujón de mañana.
El precio es tener al lado esa negrura
que te ronda, que espera que falles, que cedas.
Pero cómo rechazar ese salvajismo que me brota
natural cuando rozo una piel que me electrocuta.

No, no todo corazón está envuelto en llamas.
No, no todos sentimos igual en el mismo lugar
No, no todos besamos igual la misma piel.
No, no todos sangramos igual al perder.
 

Sergio Rodríguez.

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