lunes, 26 de marzo de 2018

Soy



A veces necesito leerme a mí mismo;

leerme las flechas corsarias de mi pecho,

que sólo obedecen la voz de un amo

pero que rasgan y queman sin miramiento.



Puedo ser mar de luces o cielo de abismos.

Puedo tener mil monstruos ciegos

y a la vez manantial de silencio.

Puedo crear sentimientos bellos

madurados con un whisky bien viejo,

y también helarlos hasta el témpano.

Puedo hacer mucho con muy poco

y sangre con sólo mover un dedo.

Tener un Guadiana entre los hombros

requiere extremar la precaución.

Una veces corro suave como el eco

y otras ni me caliento a mí mismo.



Los pulmones me florecen en primavera

y con ellos mi ya conocida poesía arrabalera.

Me estallo con acordes hechos para llorar,

tan necesarios como las noches en soledad.

Con el calor mis mil tallos sacan la cabeza

desafiantes ante quien se atreva a cortar.

Total qué más da, siempre vuelven a brotar.

Cada vez con más ganas de trotar y explorar,

cada vez con más ganas de darme vida.



Cada vez que escribo dejo el frío más atrás.

Por allá quedaron restos de muchas batallas,

altares que con el tiempo serán buenos guías,

recodos que con suerte no volveré a pisar.



Cómo me gusta recobrar mis ojeras de tinta,

mi sonrisa ilusa, mi techo de aurora boreal,

mi calma rota por las ganas, mi esencia,

mi cerebro caliente de pasión reclusa

por las fauces de este siglo. Miel fresca,

a su vez, para esta tradición arcana.



Cómo me gusta que mis puños se cierren

agarrando, sedientos, rimas en ciernes.

Haciendo oposición firme a los maniquíes

cuyo estatismo sólo refleja sentimiento inerte



Qué más da, se dice por ahí, si mañana todo se olvida.

Pero esta cabeza loca desconoce esa mala palabra,

y por eso este humilde devorador de historia

trasnocha y trasnocha, hasta que se toca el alma.

Porque no quiere olvidar nada.



Para mí tengo de todo, pero a mi manera.


Sergio Rodríguez.

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