Días sombríos recorren estas calles,
El ceño fruncido parece ser tónica.
Al final quedo yo entre mis paredes
soltando lastre con guitarra imaginaria.
He desempolvado la aún joven estantería
y hay algunos libros ya demasiado viejos.
Ya no me inspiran las mismas melodías
de poesía bruta y encantadora distorsión.
Hay libros que por su peso no se moverán.
Aquellos pendencieros de búhos y ébano...
esa negrura aún hoy quiere y puede colarse
en estos versos destilados con los años.
No voy a negar que leyéndolos aún puedo volar.
Aquella magia tiene conexión directa con mi yo.
¡Cuántos cortocircuitos acumulé en mis brazos!
¡Aquel jardín de placer donde pequé sin cesar!
A veces me pierdo entre tragos fuertes de nostalgia.
Es increíble ver cómo todo cambia por circunstancias,
cómo la vida sigue su cauce totalmente arrolladora
y uno sólo puede ver pasar a gente por la acera.
Es bonito rebuscar en un pasado
sabiendo que sólo puedes sonreír,
Arquitectura emocional lo llamo.
Como regla necesaria saber elegir:
lo malo después de usado al sótano
y lo bueno bien regado a relucir.
Y cómo no voy relucir si pronto con el sol
esa carita va a activar su mirada lunar...
y yo, recitando de fondo halagos de turno,
veré complaciente como te alejas al progresar,
aunque me beba el viento por dentro
por tener cerca otra vez ese olor boreal.
Y es que la tinta que derramé por tus ojos
no tiene rival ni precio, pero sí dueña.
Nuevas melodías, nuevos sentimientos,
nuevos modos y nuevas sobremesas
¡Qué seríamos sin expresar!
Sergio Rodríguez
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