lunes, 19 de septiembre de 2016

Dando de comer a los lobos.


Suena intolerante la marcha militar de la noche.

Huéspedes, la bestia hoy se muestra diferente.

Mi oplon ahora sí me resguarda de la corriente,

sacando la lengua insultante, con mirada crepitante,

expectante espera a que con desaire desenfunde.



Cicatrices de estar siempre luchando contra las cuerdas.

Sin saber cómo a última hora siempre se abren las alamedas.

A veces tengo recuerdos que no han sucedido, ventanas

a la utopía que me apuñalan en medio del frescor otoñal.

Senderos nuevos tatuando frases en mi personalidad.

Mis poemas esperan en formación de falange, con superioridad,

exigiéndome siempre el mejor verso, el final que parta el alma.

A veces tengo que calmarlos, ya que a la intemperie oscura  

no siempre hay que quererla, sino atravesarla al caminar

como una lanza clavada ante miles en señal de rebeldía.

A veces es bueno reclamar la noche como tuya,

escapar de las fauces del siglo veintiuno, con heridas.



Podría elegir un tiempo salvaje resistiendo en Numantia

o uno más suave bailando al compás de la II República.

Un tiempo duro resistiendo el hambre en la posguerra

o uno incesante disparando futuro con mis camaradas.

Por elegir podría desempolvar mi chaqueta bandolera

Y gritar a la sierra que ya es hora de que tema la nobleza.

Pero también podría zambullirme en aquella semana trágica,

tirar mi medalla y gritar sin miedo: ¡Abajo la guerra!


Dónde está el punto donde se unen lo viejo y lo nuevo.

Cabe en un corazón  o es necesario unir miles.

Es capaz de mostrarse ante patrones atónitos

o es necesario un campo de batalla y fusiles.

Tiene el poder de destruirlo todo y crearlo de nuevo

o puede manifestarse en vivo ambiente de ciudades.

De momento sonrío cuando veo a los humildes darse la mano,

y río entre cervezas y ruido, metiéndome en las venas

recuerdos que después nutrirán de vida mi futuro.


Sergio Rodríguez.

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