sábado, 28 de diciembre de 2013

Una gota de memoria.

Allí estaba con lo que más quería, mi imaginación. Me pinté un atardecer precioso, con sus luces naranjas y su calor suave. Hice crecer una sierra lejana y un campo enorme cercano, amarillento con algún árbol. Yo salía de mi casa blanca, con su desorden propio de mí y de mi cabeza. Salía andando despacio, oyendo mis pisadas. Tenía esa sensación que me encanta de sentirme único en el mundo, como si mi mente tuviese alas y pudiera ver todo lo que pasa y lo que siente la tierra que sonaba a mis pies. Sentía el aire, lo olía y me nutría. Vi el campo y la sierra al fondo, el primero anaranjado y la segunda negruzca. Qué sabía yo de todo en ese momento, era feliz. El pasado yacía colocado detrás de mí, con alguna grieta, pero calladito. Mi espalda lo mantenía a raya. Así que allí respirando vida esperaba apoyado en la valla marrón que separaba mi casa del camino, ese que algún día tenía que emprender y no me importaba cuando. Me puse a pensar:

Brota tierra, que sólo yo te veo desnuda ahora,
Preciosa, mi compañera de batallas.
Hacedora de las nieblas que me enamoran.
Sangras y yo sufro por ti, pero sangras.
Bajo mis pies no sangras, cantas.
Porque sabes que mi casa es tu casa.
Tú eres mi casa y mi alma tu hija bastarda.
A ti te hago poemas cada vez que te miro
Porque tu tacto me enamora, agallas
Le echo para mirarte. Me haces reyertas
En la piel, mi lápiz explota si decides callar
Y mi corazón late por cada sonido que regalas.

Ahora miraba al vacío, había conectado.  Los minutos volaban como absorbidos por una aspiradora. Así es la vida, pensé. Me inventé melodías de rock para, ahora sí, que mi corazón brincara de felicidad. Unos versos para el aire, que me ayuden a pensar y a sentirme pleno. En mi mente todo tiene sentido aunque nadie me entiende… me gusta. Qué le voy a hacer si tengo este rincón para lo que me dé la gana. Puedo llorar sin que nadie me vea, aunque tampoco me importa. Pude mejorar y hacer olvidar que la sociedad finge por apariencia. Yo no soy la sociedad, yo soy un yo, hecho a base de mi propia historia; una parte decidida por mi… la otra ya dada. Como aquella película: soy el guerrero en el que se unen lo viejo y lo nuevo.
Allí estaba, fundiendo lo nuevo, que son los pensamientos, con lo viejo, mi entorno, que llevaba ya años y años allí. Creedme, estoy disfrutando.
Ahora es cuando me dibujo unos ojos verdes y pierdo los papeles. Me dicen:

Quédate un rato, vamos a contarnos historias.
Yo ensimismado y tú contándome cómo dabas un beso.
Yo contaba mis latidos y perdí la cuenta,
Sin embargo tú me besabas y mi mente era un lago.
Reagrupé mis pedazos después de la batalla
Y balbuceé un par de palabras, luego un verso.
Y me sonreías y cómo lo hacías, cómo me estallabas.
Calla ya poeta, decías, que pareces un cuerdo de esos locos.
Maldigo tus ojos, maldigo ese campo que me obliga
A callar como una maldita roca, eso sí que no.
Me accionaste el mecanismo y la luna nos bajó las cabezas
Al suelo, que mejor colchón para los cuerpos unísonos.
Me fundiste el corazón y salieron sueños.
Sueño con mirarte otra vez, entiendes, sangro por ello.
Miro al cielo, parece que estuviera acompañado
Y estos días sólo he encontrado muebles y silencio.
La noche me arrulla y yo quiero perder el asalto.
Mi mirada cabizbaja, pero alguien dijo una vez: alza la voz.
Pero alcé la mirada y estaban otra vez las fieras a por mis bocados.
Pues te mordí la mirada, y que pasó, que la cascada fluyó
Y me ahogué de verde, y me nutrí de él y me llené de pasión.
Aún vivo de eso, Aún necesito que me taladres los ojos.

Ahora había echado a andar por ese camino, despacio. A pesar de esta necesidad que me entra sonrío, porque estos versos están escritos a nadie. Una batalla más ganada a la melancolía y la pesadumbre. La escritura medicina para las cabezas pensantes, sí, y para las noches en vela. Cómo dije un día: esto no es un qué hacer, es una ciudad.
Sergio Rodríguez

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