Esta es una de esas historias que
un escritor rescata de su pasado más prematuro. Un pasado lleno de aspavientos
y bandazos propios de edades extremadamente vivas. Vivas porque no pasaba un
segundo en el que no se sintiera, cada momento era radicalmente opuesto y
especial. Antes uno miraba a la vida de soslayo, pero ahora se la mira de
frente y cada paso que damos es una columna guía en nuestro edificio vital.
Todo tiene su encanto. Sin embargo quién
en su sano juicio iba a ser capaz en aquella época de dar un beso vacío,
disfrutar con límites, pasar las noches pensando en obligaciones, sentir las
cadenas del sistema y de la propia vida. Pocos sabían lo que les iba a pasar a
lo largo de los años y bueno, todo curte.
Me pregunto si podría recordar
suficientemente bien aquella historia de piratas y sueños, creo que sí. El
protagonista no era más que un adolescente criado en un pueblo de interior, con
sus costumbres y sus escenarios. Cuando uno se cría en unos kilómetros cuadrados
y apenas sale de ellos es capaz de amar cada trozo de suelo y de dar la vida si
fuera necesario para defenderlo. Cada esquina, cada plaza, cada banco, cada
camino, cada palmo de césped, todos guardan pequeños secretos y sensaciones.
Uno puede salir a pasear con su memoria con solo echar a andar. Todo es un
hogar. Creo que un hogar puede diferenciarse de otros lugares por muchas cosas
pero en el caso de este joven su definición se basaba en la sensación de andar por
la noche por las calles desiertas como si paseara por su casa. Cualquier
persona que se pudiera cruzar sería un compañero porque todos han visto llover,
tronar y nevar esas calles. Por supuesto también han visto las calles soleadas,
algo que a él le daba la vida y se la hacía más hermosa. Era como si recibiera
energía del mismísimo Sol y los problemas se hicieran más pequeños. Sin embargo
a este chico le salió barba y comprendió que debía salir de su amado pueblo
para explorar nuevos rincones y nuevas sensaciones. Fue a una gran ciudad
costera que no quedaba demasiado lejos con una recomendación de su padre para
que ayudara al tendero de uno de los numerosos barrios de aquella ciudad.
El joven llegó a la ciudad y se
sintió perdido. Aquél vaivén constante de gentes que no se miraban a la cara unos
con otros le desquiciaba. Los rincones no tenían recuerdos y los edificios altos
no le dejaban ver bien al Sol. Trabajó con éste durante un año y de él aprendió
muchas cosas. Aprendió el orgullo que se adquiere cuando alguien madruga para
ganarse la vida, la satisfacción de la dedicación a una labor concreta, la
interactuación con la gente de aquel barrio; aprendió la sensación de servir a
alguien más que a uno mismo. Pero lo que más le impactó fue ver la soledad que
se escondía detrás de la gente cuando iban a comprar a la tienda. Todos le
contaban cosas de sus vidas que nada tenían que ver con el propio momento,
todos buscaban una complicidad con la excusa del acuerdo de la compra y la venta de un
producto. Él acogía todas esas historias con satisfacción porque la mayoría de
los clientes eran mayores que él y así aprendía e incorporaba nuevas
experiencias que hacía suyas. El tendero era un aficionado a la lectura y el
chico era un gran observador de todo lo que le rodeaba. Parecía que el
intercambio de influencias estaba servido. Más de una vez había visto al chico ensimismado mirando al
cielo soleado u observando las gotas de lluvia manchar las piedras de las
calles. Por ello se decidió a hablar con él sobre qué pensaba en estos ratos.
Él contestaba que imaginaba sitios nuevos, paisajes, situaciones con personas,
risas y llantos y un largo etcétera. El tendero se sorprendió y decidió
compartir con aquel chico su pequeña biblioteca personal. Le fue dejando una
novela tras otra que el chico engullía con gran satisfacción, cada vez estaba más absorto en sus mundos.
Desde que empezó a leer aquellos
libros llenos de ideas y sensaciones empezó a soñar cosas que nunca había
soñado. El sueño que más veces le asaltaba las noches era desquiciante. Se encontraba
en numerosos escenarios: plazas, bailes, tabernas, habitaciones, campos,
montañas. Delante suya estaba una mujer de pelo largo y moreno. En el sueño
ambos tenían un vínculo fuerte pero no sabía descifrar cuál. Algo le empujaba
hacia ella impulsivamente. La sangre rebotaba en todas las venas de su cuerpo
al ver aquella melena. Los músculos se retorcían y bailaban de impaciencia. Era
como si todos los ritmos posibles de tambores de la África negra tuvieran eco
en su corazón. Moría de ganas de ver su rostro. Pero su maldición era que cuando
se acercaba a ella e intentaba darle la vuelta a su cabeza siempre se
despertaba. El sueño se interrumpía una y otra vez en el mismo punto y el chico
empezó a pensar que descubrir ese rostro sería parte de su destino. Poco a poco
comprendió que no debía de quedarse más tiempo trabajando en aquella tienda que
ya consideraba un pequeño hogar. Habló con el tendero para que le diese todo lo
que había ahorrado trabajando y así poder marcharse. No tenía rumbo pero
confiaba en sus impulsos. El chico abrazó fuertemente al tendero y le agradeció
que le diera la oportunidad de leer esos libros que tanto habían abierto su
mente. Recogió lo poco que tenía y se fue. Paseando por el puerto entabló
conversación con un comerciante de productos de ultramar que buscaba marineros
para tripular el barco con el que hacía los intercambios mercantiles. Se pedía
gente aventurera y con ganas de ver mundo, por ello creyó que la boca de aquel
hombre pronunciaba su nombre a gritos. Supo que si aceptaba tendría oportunidad
de conocer nuevas experiencias y se ofreció voluntario. Aquella misma noche
zarpó en aquel barco mediocre y se integró entre la tripulación. Aquellos
hombres eran la mayoría mayores que él y curtidos en mil batallas. Los primeros
meses le sirvieron para acostumbrar su cuerpo a las noches de vino y canciones
entre compañeros de viaje y trabajo.
Escuchó el mar en calma en las noches llenas de estrellas y quedó extasiado de
tanta belleza. Empezó a escribir todo lo que se le pasaba por la cabeza en un
pequeño cuaderno y seguía ensimismándose viendo a la naturaleza hacer su
trabajo. Muchas noches se las pasaba en vela en la popa del barco, con sus
pensamientos. Los demás muchachos acogían sus soledades con simpatía y le
llamaban el "soleras" con cierto cariño. Aquel trabajo que aceptó
resultó no ser lo que parecía. El marinero que reclutaba tripulación era un
mercader que trasladaba productos a precios más baratos de los que los Estados
imponían, una especie de mercado negro que reportaba unos beneficios
suficientes para llevar una buena vida. El capitán no era rácano y les daba a
cada miembro de la tripulación pagas copiosas si se vendía mucho con lo cual el
ambiente de compañerismo aumentaba, al igual que las fiestas en las tabernas de
la multitud de pueblos costeros que visitaban. El chico cogió gusto a esta ilegalidad que
acrecentaba su seguridad en sí mismo y su atrevimiento hacia todo tipo de
cosas. Cambiaron muchas cosas en su vida pero seguía asaltándole noche tras
noche ese sueño de la mujer sin rostro. Escribía mucho sobre ello y soñaba con
que algún día podría encontrarse con ella en el mundo real. ¿Pero cómo podría
reconocerla si no sabía cómo era su
rostro?. Entre las numerosas fiestas en los puertos probó otros placeres de la
vida ocultos hasta entonces. Probó los besos de mujeres, las sábanas rancias de
las posadas y el calor de los sagrados montes de Venus de muchas. Escribía
mucho sobre estas experiencias. Pero empezó a cansarse de esto ya que no le
reportaba más que el placer del momento. Él anhelaba tener esa melena morena
entre sus brazos, sentir que aquella mujer disfrutaba estando en su regazo,
aquella mujer de los sueños. Por ello en las tabernas se limitaba a
emborracharse con sus compañeros y a reírse de ellos mientras estos proseguían
con sus excesos con las mujeres de los pueblos. Cuando ya su paso se tambaleaba
solía ausentarse y dar paseos por las playas pensando y admirando el paisaje
adulterado por el alcohol. Cuando uno está ebrio el cuerpo desprende más calor
y los ojos parecen captar la realidad de una forma más alegre y elocuente. Le
gustaba aquella sensación. Se sentía muy
feliz del camino que había escogido porque tenía muchas experiencias escritas
en su cuaderno y muchas historias que contar en su cabeza. Su barba era ya
fuerte y su cuerpo estaba ya listo para cualquier embate. Se veía distinto a
los demás por su gusto por la soledad y por su escudriñamiento de los pequeños
detalles de la realidad. Además de que era capaz de leer gran parte de las
cosas que la gente de su alrededor pensaba cuando hablaban con él. Ser tan
observador le resultaba divertido.
Una de aquellas largas noches
salieron a celebrar a una taberna de un pequeño pueblo costero otra gran fiesta
porque llevaban unas semanas vendiendo muchas mercancías. El capitán había
ofrecido una paga extra a cada marinero y todos estaban en éxtasis. El actuó
como siempre y se limitó a beber y reír. Las chicas de todo el pueblo estaban
allí esa noche ya que deseaban oír las historias de aquellos hombre extranjeros
que conocían medio mundo. Pronto comenzaron los excesos y los gritos. De pronto
el joven se fijó en una chica que estaba de espaldas sirviendo dos jarras de
cerveza a dos compañeros suyos. Su desenvoltura le llamó la atención. Fue
entonces cuando vio su melena oscura, y todo se detuvo de súbito. Un calor
abrumador asoló la mitad superior de su
cuerpo y no tenía que ver con su cierta embriaguez. Sentía que sus ojos se
habían hecho tan grandes que superaban el tamaño normal, su vista se obcecó con
esa melena y todo lo demás era irrelevante. De repente estaba muy cerca de
ella, reviviendo aquel maldito sueño en persona. Creía que quizá otra vez
estaba soñando y que se despertaría al girarla la cabeza. La atracción era increíble
y decidió no tardar más. Extendió su manos hacia sus hombros y giró. Sus
extremidades sufrieron una parálisis breve, los tambores de su corazón pararon
y parecía que su sangre era algún tipo de brebaje ardiente que le recorría todo
el pecho. La muchacha parecía tener la misma edad que él y su rostro era de una
belleza tan sumamente elegante que él sintió la necesidad de coger su cuaderno
y plasmar todo lo que estaba sintiendo al observarlo. Cuando recobró la
compostura los ojos de la chica le miraban fijamente, esos ojos parecían estar
sacados de la mezcla de los cuatro elementos con un quinto, la poesía que todo
lo envolvía. Eran extremadamente vivos y
profundos, brillantes, interesantes, nuevos e hiperactivos. El éxtasis que
sentía era mayúsculo y tenía ganas de echar a correr y gritar a los cuatro
vientos lo feliz que se sentía. Con todo esto se armó de valor e inició una
conversación:
- ¿Eres tú verdad? eres tú.
- Solo soy una camarera de esta
taberna, ¿Buscas a alguien?
- ¿Crees que una persona es solo
aquello que hace unas horas al día?, yo sé que eres muchísimo más que eso y
sabes que sólo yo lo sé hoy en este sitio.
La chica vio en el rostro del
joven un aura de misterio que no había visto nunca antes, ello influyó en que
decidiera seguir hablando con él.
- Sé lo que quieres decir, pero
quizá no sea el mejor momento para hablarlo.
- No te preocupes por eso dame un
minuto.
El chico fue a hablar con la jefa
de la taberna y le pagó una cantidad suficiente que eximiera de
responsabilidades a lo que él creía su destino durante toda la noche.
-Está solucionado, ¿Quieres venir
y dar un paseo por la playa?
La chica no se lo pensó y
salieron ambos por la puerta. Los compañeros del "soleras" reían a
carcajadas creyendo que éste volvía a las andadas con otra mujer. La chica oía
con desagrado este tipo de comportamientos pero veía en los ojos del joven al
que acompañaba que lo que pasaba por su mente estaba fuera de todo ese
contexto. El chico comenzó a relatarle su sueño y todo lo que había sentido.
Las largas triquiñuelas necesarias para vender las mercancías le habían hecho
adquirir una capacidad de improvisación y de fluidez en el lenguaje que
engancharon a la chica a todas las historias que él le contaba. Cuando llevaban un rato paseando por la playa
se puso en frente de ella y le dijo:
- Todas estas historias que te he
contado son verdaderas. Como también lo es la necesidad que tengo de estar
cerca de ti en estos momentos.
- Algo me decía que prometías todo
esto que me has contado cuando te vi en la taberna. No me has decepcionado.
- He deambulado solo muchas
noches como esta por muchas playas imaginándome este momento. Cómo sería tu
rostro. Ahora sé que no puedo escapar de tus ojos y que todo lo que he hecho
hasta ahora tiene sentido. He seguido mis impulsos y ahora estoy rozando tu piel,
es el premio que buscaba. Un cuaderno y la naturaleza no siempre es suficiente
compañía para todas las noches.
- No sé qué has hecho para que en
estas pocas horas haya sentido tantas cosas. Has aparecido de repente entre toda esa jauría de hombres y noté que
irradiabas algo diferente. No me imaginaba que fuera esto.
- ¿No te parece esta situación
irreal?
- ¿Hueles el olor del mar? ¿Sientes
el viento? ¿Ves mis ojos? nada es tan claro en los sueños. Tú lo sabes muy bien.
- Tienes razón.
Ella le puso la zancadilla y le
tiró a la arena.
- ¿Esto es todo lo que puede
hacer un marinero clandestino? Quizá me hayas mentido un poco para
conquistarme.
El rió a carcajadas.
- Esto es todo lo que puede hacer
alguien que lleva buscando algo mucho tiempo.
Se besaron apasionadamente entre
la arena, no había nadie en varios kilómetros. Ambos sentían que su piel ardía.
Todo fluía como las aguas de los ríos, en una sola dirección. Estaban poseídos
por el instinto. A veces los humanos perdemos todo tipo de razón y nos dejamos
a merced de las circunstancias. El no pensar es efímero pero valiente. El no
pensar supuso el renacer de ambos. La arena fue su campo de batalla donde
quedaron en un empate táctico. Porque no había tácticas, y el mar les arropaba
con su sonido, suave, con mesura, en contraste con el baile de sus cuerpos. Cuando
decidieron irse a dormir lo dos sabían que sus vidas no volverían a ser lo que
eran.
Sergio Rodríguez.