lunes, 4 de febrero de 2013

A estas alturas.


Desato cabos, hoy es el infierno de los sensatos.
Ni por el rincón del oído más hermoso  cabe mi ansia
Por escribir, te lanzo mi libre verso, por el acantilado hacia la mina
De metales extraños, incontables, donde yacen sudores de seres indomables.
Tan indomables como aquellas dos almas, sucias de pasión censurada por ángeles;
Limpia de contradicciones  por naturales encuentros desbocados, estrellas alcanzables.
Brindé mis hojas de Otoño, medio muertas por el frío, a un viento que en ocasiones
Me sangraba las pestañas, por no mirar hacia arriba, joder. Levantamos las manos incontables
Veces saciando nuestra sed redentora de culturas mistéricas enterradas en los más hondos corazones.
Muerte a las ruinas del pasado y larga vida a las revoluciones futuras, pudimos ser no vale,
Somos y seremos, fluimos y eso es lo que vale. Maldad pura aprieta las canciones, en apuros
Me llamó el hambre para paliar a los hambrientos de palabras guía y de sentimientos.
Nuestros ídolos son ojos que se fusionan creando campos con tierra y hierbas,
Campos de santas tierras, una santidad bañada de naturaleza soleada llena de  escaramuzas
De olores fuertes, alegres, simpáticos, ¡Celestes! Imagina caernos por las colinas.
Son Como el colchón curvado de tu espalda, blanco poder que me embriagas, maldito seas
Que me haces llorar, insano, atrápame. No puedo dejar este vicio, púdreme con aguas húmedas.
Arráncame la piel maldita bestia. Voy a despertar hasta que las cenizas hagan esclavas
Las banderas viejas. Mándame los besos, que digo,  mándame a los tiempos para fundirlos.
Podría hacerte poemas con letras de madera, o de estaño, o de lujuria con puñados
Revolucionarios de cordura momentánea. Que escampe el lago para poder enterrarnos en él
Y salir impulsados por el poder infinito de nuestros pies, ¿Acaso hay barreras en nuestro ser?
¡Venid aquí estúpidas leyes y morid bajo nuestras miradas irracionales! O cascadas de placer.
Que podría sentir yo al tocar un palmo de su piel sin después escribir libros con la tinta de la sed. 

Sergio Rodríguez

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